"Europa se ahoga en su propia historia. En este continente hay tanto pasado que ya no hay sitio para el futuro". Y sin embargo, cómo vivir sin pasado. Quiénes somos sin los castillos, las iglesias, las murallas, las ruinas magníficas que desfilan orgullosas como divas en la película de cada una de nuestras vacaciones. Quiénes somos sin las tradiciones y las fiestas populares, sin las historias de las abuelas que sacan el hilo constante de sus palabras de los pozos de un pasado inagotable. Frente a la pujanza imparable de Asia en este siglo XXI desenfrenado, Europa es un continente que naufraga. Y este novelón le rinde un formidable homenaje, cual orquesta haciendo frente a las mareas de la historia.
Un escritor que se llama como el autor, se viste como el autor y tiene el mismo físico de vikingo elegante que el autor, pero en modo alguno puede ser el autor, se refugia en el Grand Hotel Europa para poner orden en su pasado reciente. Su plan es recluirse en su habitación para escribir sobre la dolorosa ruptura sentimental que acaba de sufrir y así poder pasar página y decidir qué rumbo va a darle a su vida. Rellenar la ausencia que ha dejado en su vida la turbulenta Clío parece tarea imposible, a pesar del ambiente exquisitamente decadente del hotel, que ensalza todos los valores de la vieja Europa que parecen ya más propios de un museo que de la vida real de nuestro siglo, y en los que el protagonista se siente tan a gusto.
Grand Hotel Europa es una novela de ideas. Es un homenaje apasionado a un continente que ha aprendido a decaer con elegancia. Y un manifiesto virulento contra el triunfo del egoísmo y la misantropía. Contra la vulgaridad y la ramplonería de las nuevas clases dominantes que imponen su estética de bar de gasolinera en la comunicación política. Contra la falta de civismo y de respeto y de sostenibilidad del turismo de masas. Contra los que viajan no para disfrutar ni para aprender ni para escapar de una rutina sino ante todo para decir que han viajado, como quien va marcando tics en una lista mental de cosas por hacer.
Es una novela política, también. Describe con pavor cómo la extrema derecha se nutre de una nostalgia por un mundo pasado sin decadencia que nunca existió, y cómo su afán por blindar fronteras y enfrentar ideologías nos aboca a un futuro agrio de odio y exclusión. Y uno de los temas centrales, ejemplificado en la ciudad de Venecia, es el turismo de masas y su capacidad para destruir la infraestructura social de nuestras ciudades y volverlas escaparates sin vida de un museo condenado a naufragar.
Por supuesto, es una novela de viajes. Venecia, Génova, Cinque Terre, Malta y Skopie son lugares por los que transita el protagonista en busca de un pasado o de una esencia perdida, tratando de encontrar un equilibrio imposible entre la herencia cultural de la vieja Europa y la modernidad deshumanizada por el turismo de masas. Y en busca, también, de un cuadro perdido de Caravaggio junto a su idolatrada Clío, misterio que va marcando el ritmo de la historia con una sutil intriga artística.
Ilja Leonard Pfeijffer |
Clío, en su papel de musa de la historia, ilumina para el protagonista todos los lugares que visitan. "El amor en tiempos del turismo de masas" podría ser el título de su historia. Y me ha gustado especialmente el maravilloso paralelismo entre el viaje del botones Abdul desde su pueblo africano en llamas hasta la escalinata desde la que espera a los viajeros en el Grand Hotel Europa y el viaje de Eneas relatado por Virgilio desde la Troya en llamas hasta su nueva patria en Italia.
Grand Hotel Europa es erudita y divertida. Derrocha una elegancia un puntito irreverente y su prosa es fluida e hipnótica, llena de meandros y de vueltas en torno a una historia de amor perdido y una nostalgia llena de vitalidad por una cultura que se hunde. Al terminar de leerla me ha quedado una sensación de paz y de vacío. Como después de la última nota de un concierto que deseabas que durara un poco más. Y las ganas de recorrer esa vieja Europa una y otra vez, esa vieja Europa que da tanto sentido a lo que somos y que no concibo ver cómo naufraga.
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