Desde que leí No digas nada, de Patrick Radden Keefe, un librazo de no ficción sobre el IRA en Belfast desde los años sesenta hasta hoy, me han entrado una ganas enormes de seguir descubriendo la historia de Irlanda y su conflicto con Inglaterra. De hecho, en el archivo de libros por leer que tengo en el móvil me he abierto una lista especial para Irlanda de la que, como siempre pasa con los mejores deseos, ya han brotado muchos más títulos de los que creo que voy a poder leer. Una de las primeras novelas que incluí, un poco a ciegas, fue El abstemio, de Ian McGuire. Y digo a ciegas porque me dejé llevar por la cita de la faja, "dos hombres enfrentados por la independencia de Irlanda", sin saber mucho más. Afortunadamente, a veces el azar obra maravillas. Y esta ha sido una de ellas.
En 1867, en los barrios irlandeses de Manchester había un clima de tensión no demasiado diferente del que podía palparse en Dublín en 1918 en vísperas de la guerra de independencia, o en Belfast en 1969, justo antes de los grandes disturbios. Una burbuja de violencia a punto de explotar. Los fenianos clamaban venganza contra esas fuerzas de ocupación británicas que, a base de arrogancia y menosprecio, llevaban toda la vida desangrando su país. Y más ahora, cuando acababan de colgar a tres irlandeses por haber matado accidentalmente a un policía y parecía que toda la rabia acumulada estaba lista para ponerlo todo patas arriba.
Los fenianos eran los nacionalistas irlandeses que querían expulsar a los británicos para conseguir su independencia. Eran miembros de la Hermandad Republicana Irlandesa, una organización secreta creada en 1858 con el objetivo de desestabilizar el gobierno británico y forzarle a retirarse de Irlanda. En 1867 iniciaron una oleada de atentados en varias ciudades británicas para denunciar la represión británica en Irlanda. Y en ese contexto aparecen los dos protagonistas de esta novela, un policía y un feniano que no dejan de perseguirse por las calles llenas de niebla y de agitación política de Manchester y que me han dejado en vilo y con ganas de más. De más novelas de Ian McGuire y de más niebla dickensiana y de más Irlanda.
Muchas décadas antes de que llegara la independencia de Irlanda, generaciones enteras de irlandeses ya habían aprendido a hacer frente a la arrogancia británica y a las hambrunas a base de ira, y habían enseñado a sus hijos a atesorar los recuerdos más funestos, y a alimentar la rabia mientras llegaba el momento de poder usarla. El problema de Irlanda ya era "un problema que carecía de solución. Siempre quedaba alguna afrenta que reparar, algún escarmiento que dar o recibir". Y aún lo sigue siendo, en una parte del norte del país. Y en todas aquellas partes del mundo donde las identidades heridas se alimentan de un pasado traumático que vengar.
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