lunes, 15 de junio de 2020

LA ENFERMEDAD Y SUS METÁFORAS

Hay miles de libros testimoniales sobre cuerpos enfermos. Susan Sontag, Oliver Sacks, Christopher Hitchens, Eve Ensler, Virginia Woolf. La bibliografía es interminable. Sin embargo, ¿novelas sobre cuerpos enfermos que se paren a describir la enfermedad? "La muerte de Ivan Ilich". Y pocas, muy pocas más. La ficción huye de los cuerpos enfermos. Pero, curiosamente, no de las mentes enfermas. Héroes neuróticos, psicóticos y bipolares: claro que sí. Héroes cancerosos, consumidos y purulentos: no, por favor. 

Las enfermedades aceptables son las que no se ven, las que inciden en el comportamiento, las que precisan de la imaginación para ser comprendidas. Las otras, las más comunes, las que se ven, se oyen y se huelen, esas preferimos mantenerlas alejadas, incluso de las ficciones narrativas. Un síntoma, quizá, de que los cuerpos enfermos no nos atraen ni transformados en historias. De que la enfermedad atenta contra esa idea tan extendida de que la salud es el privilegio de los optimistas.

Desde que empecé a interesarme por la literatura sobre la enfermedad, me encontraba a menudo con referencias a este ensayo de Susan Sontag. Parecía la fuente de inspiración de muchos autores, que habían encontrado en él una forma nueva de entender la enfermedad y la forma que tenemos de percibirla y de nombrarla. Desde Eve Ensler en De pronto, mi cuerpo hasta Begoña Huertas en El desconcierto, Susan Sontag planeaba como una lectura fundamental. Y por fin he llegado a ella para confirmar algo que ya intuía: este libro es un análisis inteligentísimo sobre nuestra forma de ocultar la naturaleza de las enfermedades mediante metáforas y sobre el dolor y la ignorancia que esto provoca. 

La enfermedad y la muerte son hechos biológicos que nos cuesta mucho asumir. Y sólo empezamos a asumirlos cuando los revestimos de significados. Es decir, de metáforas. Desde la psicología positiva, que plantea el cáncer como una "oportunidad", o incluso como una "bendición" que pone a prueba nuestra capacidad de superación, hasta la religión cristiana, con esa idea milenaria del sufrimiento como redención, pasando por nuestro capitalismo vitalista que insiste una y otra en comparar las epidemias con guerras, afrontamos las enfermedades con metáforas porque su propia naturaleza destructora de vida nos resulta intolerable. 

Toda enfermedad cuyo origen y tratamientos son inciertos genera mitos e intentos de explicarla mediante asociaciones creativas. Mientras que la tuberculosis (la enfermedad sin cura eficaz más importante del siglo XIX) se tendía a asociar con un exceso de pasión, muchos relacionan aún hoy el cáncer (la enfermedad sin cura eficaz más importante del siglo XX) con la represión de las emociones. En un ejemplo de hasta qué punto se puede llevar hasta el último extremo la interpretación de los procesos psicosomáticos, mucha gente sigue creyendo en el siglo XXI que un disgusto profundo puede provocar directamente la proliferación de un cáncer mortal. De ahí es fácil saltar a la creencia de que gestionar bien las emociones previene el cáncer. Y acabar concluyendo, según la misma lógica, que si tienes cáncer es porque no te has esforzado lo suficiente y, por lo tanto, tu sufrimiento es responsabilidad tuya. 

Este vínculo entre las emociones y las enfermedades lleva siglos arraigado en nuestra forma de pensar. Se basa, como cualquier explicación metafórica de la realidad, en la ignorancia de la patología. Y a pesar de haber sido refutado una y otra vez, caso por caso, sigue alimentando nuestra imaginación y nuestra forma de entender y de relacionarnos con la enfermedad. 

El objetivo de Susan Sontag en estos dos ensayos sobre la enfermedad y sus metáforas es arrebatar a la enfermedad una dimensión y un significado que no le pertenecen y que enturbia las relaciones entre sanos y enfermos y añade un sufrimiento innecesario a pacientes y acompañantes. Parece una perogrulloda, pero nunca está de más recordarlo: la enfermedad no es una metáfora, es un proceso biológico. Y como dice Susan Sontag, "el modo más sano de estar enfermo es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico". 



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