"El preciso instante en que suena el chasquido de la cerilla, el preciso instante en que el palito se convierte en fuego, en que la chispa ilumina la noche y de la nada surge la quemadura".
Esta es una historia de amor. De fuego que calienta, pero que sobre todo quema. Una hoguera que despierta toda la belleza del mundo, para, inmediatamente, consumirla en su fuego.
Un enamoramiento como una tormenta. Una tormenta que esconde el secreto del amor pero que ruge de ganas de confesarlo. De ponerlo en las manos de la otra, como una flor. Como un regalo. Como la verdad en su versión más delicada, más desprotegida. Un silencio atronador y "días algodonosos en los que flotas, cuando regalas la verdad".
La oscuridad protege de las miradas más osadas, de la vergüenza y el pudor y todo el anhelo del mundo en cada gesto. Y da alas a una vida vivida a todo volumen, un sentimiento que sube y sube de volumen y hace que todo vibre, se tense, se vuelva salvaje y estridente y maravillosamente insoportable.
Esta es Sarah. Sarah camina por el centro de la calle. Sus aceras son más anchas, más generosas que las del resto de mortales. Sarah está viva. Sarah se maquilla demasiado, grita, gesticula, ríe a voces. Es divertida, entusiasta, teatral. Se impacienta por todo, siempre tiene hambre, lo quiere todo a lo grande, lo quiere todo y lo quiere ya. Sarah está viva. Huele a cuero azul y a deseo tempestuoso. Vive como si le fuera la vida en ello. Le importan un carajo las convenciones y el decoro. Es imprevisible, errática, desconcertante, da miedo y da vida. Sarah está viva.
Esta es una historia de exaltación y de sensualidad. De la ferocidad de un ansia que exige ser alimentada a diario, y cuya hambre no para de crecer. Es un libro taquicárdico, como las mejores novelas negras. Y habla de amor y de maldad, de vida y de muerte, como las mejores novelas negras. Es una montaña rusa de emociones. Te deja el pulso desbaratado, la mirada brillante y una mariposa en la garganta que aletea, robándote el aliento.
Esta es una historia de pasión y de risa. De risa y de gloria. Suena a cuartetos de cuerda, a la intensidad dolorosa de un primer violín errante que va y viene entre la dulzura y la pena. Suena a Mendelssohn, a Beethoven y a Schubert. Suena a la primavera de París, "en la que nadie se libra de la melancolía". Y también a la primavera de Trieste, que sabe a mar, a frontera y a fin del mundo. Es una historia desgarrada y devoradora. De locura y de obsesión. De lo terrible que esconde casi siempre lo más maravilloso. Del veneno que convierte lo excelente en sublime. Y que al mismo tiempo, inexorablemete, lo destruye.
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