jueves, 31 de enero de 2019

FELIZ FINAL

Un amor espléndido. Un amor impetuoso. Un amor que sale victorioso de todas sus luchas. Un amor poderoso, insaciable en su deseo, infatigable en su esperanza. Un amor hecho de esfuerzo, de tesón y de drama, de miedo a la distancia y a la calma de los días iguales. Un amor que es todo tormenta y arrastra en su riada de felicidad a todo el que osa interponerse. Un amor de colisiones, un estado de excepción constante en el que el vértigo y lo sublime son las normas básicas de existencia. Un amor salvaje. Un amor voraz. Un amor sin tregua.

Esta novela es como el amor que describe: bella, dolorosa y turbulenta. La he leído con emoción y escalofríos, ha sido durante unos días un imán implacable al que volvía con pasión pero del que también quería alejarme. Y es que esta historia oculta un veneno cuyo contacto no conviene prolongar demasiado en el tiempo. Puede dejar secuelas. Puede remover escombros que están mejor sepultados y olvidados en su estrato. Puede meter el dedo en heridas que cualquiera con sentido común alejaría todo lo posible del contacto con la memoria y con las palabras.

La historia es sencilla y universal. Una pareja se enamora. Vive un romance épico. Consideran que sólo ellos han alcanzado la cima del amor. Tienen hijos. El tiempo pasa. Surgen las grietas. Y todo el inmenso castillo de arena que construyeron en torno a una emoción se va desmoronando por el efecto de esas diminutas erosiones cotidianas que afectan a cualquier relación intensa y prolongada. Isaac Rosa ha decidido empezar por el final e ir hacia atrás, desenterrando recuerdos, como un arqueólogo que excavara cada vez más profundo, en busca de los motivos de la devastación. Y el resultado es una novela brillante e implacable, un homenaje a "la turbadora belleza de lo destruido", un espejo exhaustivo y un poco aterrador en el que nadie puede evitar reconocerse en algún momento.

Me ha entusiasmado. Y a la vez me ha dejado un poco hecho polvo. Qué tristes esos dos cuerpos cuya pasión les hace vivir colisionando, dos cuerpos que han olvidado cómo se comparte un espacio, una vida, sin hacerse daño. Dos monólogos interiores que brotan a borbotones de un proyecto de futuro hecho pedazos.

Todo amor que se quiera grandioso necesita nacer como tragedia. Hacer frente a titanes y vencerlos. Superar los mayores obstáculos: "el rechazo familiar, la tradición, la iglesia, los pactos matrimoniales, los prejuicios raciales, impedimentos legales, dioses, un hijo pequeño". Pero, ¿qué hay del engaño de medir la grandeza de un sentimiento mediante aquello contra lo que tiene que luchar?

Isaac Rosa

Una ruptura sentimental conlleva la pérdida del relato común. Los dos amantes dejan de contar su historia con las mismas palabras y el mismo tono e inventan nuevas versiones que acojan y expliquen el nuevo dolor. Y las preguntas vuelan como dardos: ¿por qué nosotros, por qué ahora, por qué? Dardos desesperados por encontrar cierta lógica entre tanta derrota. Sin embargo, la abundancia de palabras también duele. Con las palabras mantenemos viva la memoria y expresamos la necesidad de que el dolor sea también un lenguaje que una, como lo fue en su día la felicidad del amor. Como si la memoria fuera un premio y el olvido, una condena. El dolor separa. Y las palabras que lo expresan no tienden puentes. Los destruyen. Las palabras del dolor entierran.

Un amor espléndido. Un amor impetuoso. Que no supo encontrar la calma y la generosidad que hacen falta para verse desde fuera y sobrevivir a las tormentas. 



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