"Mi escudo ha desaparecido. Ese estúpido cuadernillo marrón con el texto Unión Europea - República Italiana. Con él ha desaparecido también Flaviano Bianchini. Ahora soy Aymar Blanco y mi meta es el sueño americano: los Estados Unidos de América".
Flaviano Bianchini (1982) llevaba más de diez años escribiendo sobre violaciones de derechos humanos en distintas partes del mundo, y en especial en América Latina. De sus años en México le llamó la atención el viaje de los migrantes que, viniendo de Centroamérica, cruzan cada año todo el país para intentar entrar en Estados Unidos, y cómo casi todo el mundo tenía un amigo o un pariente que lo había hecho. Se dio cuenta de que no conocía a nadie que lo hubiera contado desde dentro y decidió que quería saber cómo era y a qué sabía ese infierno particular. Así que sacó varios miles de dólares en efectivo para las distintas extorsiones, le dejó su pasaporte y su tarjeta de crédito a un amigo en Ciudad de México, se fue al norte de Guatemala, y haciéndose pasar por Aymar Blanco, de la Amazonia peruana, recorrió como un migrante más los más de 3.500 kilómetros que separan Tecún Umán (Guatemala) de Tucson (Arizona, Estados Unidos).
El viaje duró veintiún días, de los cuales quince fueron a bordo del tren conocido como La Bestia. A bordo: es decir, encima de los vagones. La Bestia: es decir, un tren de mercancías que recorre México de norte a sur y que se lleva por delante a cientos de personas en su intento de llegar al ansiado norte. En el tren compartió hambre, sed, frío y calor con cientos de migrantes. Personas como él. Como tú y yo. Seres humanos a los que "no se los reconoce por la ropa. La mitad de los mexicanos llevan la ropa raída. Es el rostro lo que identifica de modo concluyente a un migrante. Un rostro triste, tenso, cansado. El rostro del que lo ha dejado todo atrás para emprender un viaje que no sabe dónde acabará. El rostro del que no sabe si el día siguiente será el de la derrota o si podrá seguir adelante todavía un poco más. El rostro del que no tiene nada que perder porque ya lo ha perdido todo".
Es la violencia de la policía mexicana lo que convierte a Flaviano Bianchini en Aymar Blanco. Es la brutalidad de la celda de cuatro metros cuadrados en la que le internan, junto a cuarenta migrantes, durante dos días enteros. Es el kaláshnikov que le apunta. La risa del narco al vaciarle en sus narices su única botella de agua. Y, sobre todo, la mirada de la gente que le ayuda. Esa mezcla de admiración y compasión. La que le dedicarían a enfermos terminales que todavía creen en el futuro. Esas miradas dulces e insoportables le despojan definitivamente de su condición de italiano, de europeo. Le convierten en Aymar Blanco. En la presa acosada, humillada, chantajeada y violentada que huye de sus depredadores. Y le recuerdan que la vida de Aymar Blanco es frágil e intercambiable y puede acabar en cualquier momento porque a nadie le importa.
La Bestia |
600.000 migrantes consiguen cruzar Centroamérica y llegar a Estados Unidos cada año.
Más de la mitad de las mujeres son violadas.
Entre 5.000 y 10.000 mueren o desaparecen.
Está claro que no hay sueño americano para todos.
Por la descripción de las desigualdades y de la facilidad con que se deshumaniza al pobre, El camino de La Bestia me ha recordado a El Hambre, de Caparrós. Y también, cómo no, a Los niños perdidos, de Valeria Luiselli, inmigrante mexicana en Nueva York que fue intérprete de niños migrantes en la Corte Federal de Inmigración y pudo ver las consecuencias de este viaje desde el otro lado de la frontera.
Es una crónica fulgurante, descarnada, ansiosa. Contagia la urgencia y el peligro de un viaje escalofriante. Transmite hasta el hueso la crueldad con la que los que tienen tratan a los que no tienen. Este mundo desquiciado en el que las fronteras están abiertas a toda mercancía excepto a los seres humanos. Pero no hace falta irse a México para verlo. Esto pasa todos los días en el Mediterráneo. Este mar tan bello que tanto disfrutamos es La Bestia que engulle los sueños de los migrantes africanos. Si todo aquello que llamamos civilización nace de la capacidad de los seres humanos para migrar, ¿por qué criminalizamos las migraciones? Es absurdo. Es demencial e insoportable. Pero hasta que uno no lee libros como éste, no se da cuenta de la gravedad del sufrimiento. Y de su inutilidad.
Es una crónica fulgurante, descarnada, ansiosa. Contagia la urgencia y el peligro de un viaje escalofriante. Transmite hasta el hueso la crueldad con la que los que tienen tratan a los que no tienen. Este mundo desquiciado en el que las fronteras están abiertas a toda mercancía excepto a los seres humanos. Pero no hace falta irse a México para verlo. Esto pasa todos los días en el Mediterráneo. Este mar tan bello que tanto disfrutamos es La Bestia que engulle los sueños de los migrantes africanos. Si todo aquello que llamamos civilización nace de la capacidad de los seres humanos para migrar, ¿por qué criminalizamos las migraciones? Es absurdo. Es demencial e insoportable. Pero hasta que uno no lee libros como éste, no se da cuenta de la gravedad del sufrimiento. Y de su inutilidad.
"Si Dante escribiese hoy su Comedia colocaría a Ugolino en alguna celda para migrantes en el desierto mexicano y Judas navegaría eternamente en una patera por el Mediterráneo".
Flaviano Bianchini |
No hay comentarios:
Publicar un comentario