Las hermanas Ocampo, Victoria y Silvina, desde los tiempos de mi juventud, y ya han pasado más de cincuenta años de entonces, ejercieron en mí un deslumbramiento como mitos de la intelectualidad argentina. Famosas por sus veladas literarias, pertenecieron a una familia aristocrática con mucho dinero y se relacionaron con los escritores y artistas más importantes de su época.
Silvina, la menor, y con un protagonismo social menos importante que Victoria, era un ser exquisito, original y extraño, una extrañeza que reflejó en su amplia obra literaria, especialmente en sus cuentos. Se casó con Bioy Casares, once años menor que ella y el hombre más atractivo y seductor de su época, además de un escritor relevante. Desde el inicio de su matrimonio mantuvieron una entrañable amistad con Jorge Luis Borges, casi como parte de su familia, cenaron los tres en casa de Silvina durante más de cuarenta años, y la amistad entre Bioy y Borges les dio incluso para escribir juntos varios libros.
De esta biografía es muy relevante el retrato social de una sociedad elitista, amoral, que seguramente se consideraban con derecho a todo. A Silvina, viviendo rodeada de sirvientes, le atraía acercarse a los niños pobres que se encontraban cerca de las puertas de su mansión porque quería que la quisieran, pero no había ninguna clase de empatía, no se planteó nunca por qué ella tenía tanto y había en cambio tanta miseria a su alrededor.
Antes de casarse con Bioy, Silvina había tenido relaciones sexuales con Marta, su futura suegra, y luego las tuvieron los dos con una joven sobrina, que había sido la candidata que les hubiera gustado a los padres de Bioy. Las innumerables amantes que Bioy tuvo durante toda su vida, entre ellas Elena Garro, la mujer de Octavio Paz, no pusieron nunca en peligro su matrimonio, debían de tener un acuerdo que lo preservaba. Silvina no pudo tener hijos y aceptó adoptar a Marta, una hija extramarital que llamaba madrina a su madre biológica y que hasta los once años no supo la realidad.
Lo mítico, lo incorrecto, lo misterioso, lo inquietante y lo transgresor son elementos que rodean a esta mujer poco convencional que vivió noventa años, los últimos con Alzheimer, negándose a hablar a su marido, cuando sí lo hacía con el resto de personas que la rodeaban.
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