lunes, 28 de agosto de 2017

OSCURIDADES PROGRAMADAS

Sam es un kurdo iraquí. Emigró a Irán por la amenaza del gobierno de Sadam Husein a finales de los años 80. Su hija nació en un campo de refugiados. Su mujer, acostumbrada a las comodidades de clase media, y ante la imposibilidad de volver a su país, se suicidó. Sam volvió a huir, esta vez de sus recuerdos. Se estableció en un campo de refugiados en Pakistán. Volvió a casarse, para darle una madre a su hija, con una refugiada iraní. Tuvieron un hijo. Tras una década de vivir en campos de refugiados, consiguió ser aceptado en Estados Unidos como refugiado y se estableció en Seattle con su familia. Tras el 11-S, el gobierno estadounidense le acusó de haber colaborado con Al-Qaeda y le internaron en un centro de detención de inmigrantes. Allí pasó cinco años, en espera de un juicio que sabía perdido de antemano. Perdió y le echaron. Dejó a su familia en Seattle y volvió a Iraq, solo. A un Iraq sin Sadam Husein pero destrozado por la guerra. Un Iraq que ya no es su hogar, puesto que su familia y sus hijos no están con él. Un Iraq donde sueña, cada día, con su improbable regreso al país que lo llamó terrorista.

Historias como esta encierra este estupendo cómic de Sarah Glidden, una dibujante estadounidense que decidió acompañar a dos amigos reporteros y un ex-marine en un viaje por Turquía, Iraq y Siria en 2010 para retratar las condiciones de vida de los millones de refugiados antes de la gran crisis migratoria que desató la guerra de Siria a partir de 2011. Los cuatro se encuentran con historias tremendas. Y aprenden que ninguna historia tiene una sola versión. Por ejemplo, la historia de Sam contada por el gobierno de Estados Unidos es un poco distinta a la que cuenta el propio Sam. Sam mintió para conseguir su estatus de refugiado, dice el informe de inmigración, exageró su filiación política. Nunca logró explicar de manera convincente de qué conocía al miembro de Al-Qaeda con el que se encontró en un centro comercial de Seattle. Y lo que para Sam es una desafortunada serie de casualidades, para Estados Unidos es una amenaza en potencia. Lo cierto es que es muy improbable que Sam pueda volver a entrar en el país donde vive su familia, en el país de sus hijos. Nunca se sabrá la verdad. Y la culpa de esta incógnita sin duda es del gobierno americano, que en lugar de un juicio justo, despachó la historia de Sam con un internamiento prolongado y una expulsión por amenaza terrorista. 

Este libro está empapado de vida. De realidades porosas, turbadoramente humanas. En todas las buenas historias, las personas cambian. Y los cuatro compañeros de viaje van transformando su forma de pensar a medida que hablan con la gente, a medida que las historias que escuchan pasan a formar parte de ellos. Creían saber algo, tenían ideas, información, expectativas sobre lo que iban a encontrarse. Y lo que se encontraron los transformó en otra cosa. Difuminó sus convicciones. Las volvió menos precisas y más desconcertantes. 

Es un libro sobre periodismo. Sobre lo difícil que es viajar a un país y, a las primeras de cambio, tener que renunciar a las ideas que traías de casa porque ya no valen para informar sobre ese lugar. Es un libro sobre la frustración de buscar una historia y encontrarte con decenas de ellas, todas distintas a la que buscabas. Todas complejas, dolorosas, furiosas. Y sobre la dificultad abrumadora de armar un relato coherente con tantos puntos de vista divergentes. 

Todos hemos oído hablar de los coches bomba, de los atentados, de las emboscadas de insurgentes, de las explosiones en embajadas, mercados, comisarías. Algo sabemos también de las miles de mujeres asesinadas cada mes en Oriente Próximo por el simple hecho de ser mujeres, asesinadas por sus maridos, sus padres o sus hermanos en nombre de la religión o de su honor. Todos sabemos, sobre todo desde 2011, de los millones de refugiados que llevan años viviendo en campos esperando que los países europeos cumplan de una vez las cuotas de asilo que prometieron. Sarah Glidden nos cuenta estas historias. Pero no sólo. También nos las muestra. Con sus acuarelas suaves llenas de luz y sencillez, nos lleva de la mano por la cotidianidad del horror para que nadie pueda refugiarse en la abstracción de las palabras. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario