"Yo quedaba partido, colgado de esa emoción que no se disipaba. Eso era Montevideo para mí. Estaba enamorado de una mujer y enamorado de la ciudad donde ella vivía. Y todo me lo inventé, o casi todo".
Él es un escritor argentino. Ha recibido un adelanto de quince mil dólares por los dos próximos libros que va a escribir y cruza el Río de la Plata para cobrarlos en Montevideo, donde pierde menos dinero con el cambio. Y donde vive una chica a la que ha visto apenas dos veces, pero que ya ha ocupado toda su vida: la uruguaya. Todo le habla de ella: las canciones de la radio, las películas, las playas, el horóscopo. Vive entregado a las decisiones de su cuerpo, a ese punto ciego, más allá del lenguaje, en el que Montevideo y su uruguaya son partes indisolubles de un mismo deseo. Y su piel vibra con la expectativa de verla mientras la espera sentado en una terraza, porque "no hay cosa más linda que ir al encuentro de una mujer hermosa".
Pasan la tarde juntos paseando por la ciudad. La historia avanza al ritmo de sus pasos, entran en una tienda, miran, salen, entran en otra y compran golosinas, tonterías, un ukelele, se ríen con bromas tontas, se tocan, se apartan, se vuelven a tocar. A veces se enfadan un poco, y al instante se reencuentran en otra broma o en otro beso, siempre hablando, flotando en una conversación seductora que fluctúa, una llama frágil que un cúmulo de expectativas imprecisas mantiene encendida. Son una pareja "merodeando por el mundo, el asombroso mundo incomprensible". Y ella brilla en su Montevideo idealizado como escondida dentro de una canción que solamente él conoce.
Él es padre de un niño pequeño. Marido de una mujer que se está alejando. Y vive de un amor a mitad imaginado en un país a mitad imaginado. "Te hace muchas piruetas el cerebro a vos", le dice la uruguaya riendo. Y sí. Es un hombre extasiado por su revolución interna, su secreto, el acelerón que le da la proximidad de esa uruguaya y que le lanza a los márgenes del tiempo y del espacio, ahí, a ese resquicio minúsculo de esa tarde en la que él sigue siendo él, él sin su hijo, sin su mujer, sin deudas, él solo, con su excitación y las posibilidades de su vida de repente abiertas de nuevo.
La uruguaya es una novela breve cuya trama transcurre en un solo día, y tiene el encanto de lo efímero, de lo que sólo va a poder disfrutarse unas pocas horas y, por ello, se vive con mayor intensidad. Es un relato irónico y sentimental, atrapado en la memoria de un día que el narrador repasa y estudia, ampliando sus detalles para que cada momento crezca y se desarrolle en su cabeza hasta cobrar proporciones de mito. Es triste. A ratos, desconsolado. Pero en cada página vibra una ligereza cómica que encandila.
Qué somos. Qué deseamos ser. En qué nos convertimos. Las preguntas más trascendentes tienen en esta novela respuestas imprevisibles que nos dicen, con una sonrisa irónica, que las vidas que merecen la pena ser vividas están siempre sometidas a un perpetuo cambio.
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