Ayer trabajabas para una ONG en Chechenia. Gestión económica y administrativa. Y ahora estás aquí. Rehén de unos hombres armados. En un cuarto con la ventana tapada. Con la muñeca izquierda esposada a un radiador veintitrés horas y media al día. Encerrado. Atrapado en una habitación.
Ellos deciden qué comes. Cuándo comes. Cuánto tiempo caminas. Cada cuánto vas al baño. Ellos deciden si tienes calor o frío. Si necesitas una camisa o una manta. Si te duelen las magulladuras de las muñecas. Ellos deciden mantenerte con vida pensando en un rescate. Mantenerte con vida arrebatándote la libertad mínima que necesitas para seguir sintiéndote un ser humano. Libertad para moverte, para rascarte, para cagar, para pedir algo, para sentirte vivo.
Tu mundo es una realidad paralela. Cuentas los días porque no tienes otra referencia real a la que agarrarte. Hoy es domingo, 17 de julio, te dices, y saberlo te permite mantenerte cuerdo, al menos, hasta el día siguiente. Controlar el calendario es tu pequeña victoria diaria contra la locura. Escuchas ruido de gente, de coches, al otro lado de la pared. La vida sigue, ahí fuera. Por increíble que parezca, la gente sigue yendo de un lado a otro, con sus quehaceres rutinarios, sin saber que dentro de estas paredes estás tú, prisionero, rehén de unos hombres armados que quieren cambiar tu libertad por dinero.
¿Cuándo me liberarán? ¿Qué estarán haciendo mis colegas? ¿Y mis padres? Mi hermana se casa la semana que viene, ¿le habré estropeado la boda? ¿Me dejarán sin desayuno mañana? ¿Me darán otro cigarrillo? ¿Cuánto tiempo más podré aguantar? ¿Por qué yo? Preguntas, preguntas, preguntas. Las preguntas te acribillan, no te puedes deshacer de ellas, no puedes mandarlas callar. Y por supuesto, no puedes responderlas. Es increíble la cantidad de minutos que caben en una hora y la cantidad de horas que caben en un día cuando lo único que puedes hacer es estar tumbado en un colchón, esposado a un radiador, esperando tu liberación.
Y pasan los meses. Y sobrevives a la locura gracias a tu pasión por la historia militar. Austerlitz, Borodino, Cambronne, Devout, repasas el alfabeto con los nombres de las batallas y los protagonistas de las campañas napoleónicas. Un método como cualquier otro para esquivar por un rato el tedio y las preguntas.
Hace tres meses trabajabas para una ONG. Estás en Chechenia. Hoy es lunes, 3 de octubre. Estás esposado a un radiador. Empieza a hacer frío. Sigues cuerdo. No sabes por cuánto tiempo. Ha llegado el momento de hacer algo. Tienes que escapar.
El canadiense Guy Delisle nos tenía acostumbrados a sus crónicas de viaje desenfadadas, irónicas y lúcidas de lugares poco habituales (Birmania, Pyongyang, Jerusalén), y con su último libro da un giro brutal en su producción. Escapar cuenta la historia de Christophe André, un trabajador de Médicos Sin Fronteras que fue secuestrado por una milicia chechena en 1997 y retenido durante meses en espera de un rescate. Y es una verdadera bomba. Por su sencillez narrativa y por la cruda descripción de lo que le puede hacer a un ser humano la pérdida indefinida de su libertad. Pocas historias me han sabido transmitir tan intensamente la sensación de reclusión y me han llevado al desenlace con más taquicardia que esta.
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