miércoles, 3 de mayo de 2017

BAJO EL ÁRBOL DE LOS TORAYA (firma invitada)

Los toraya son un pueblo indonesio cuyo rito funerario consiste en enterrar a sus muertos en cuevas excavadas en las montañas. Si el muerto es un bebé, entonces depositan su cuerpo dentro del tronco de un árbol centenario que lo envuelve y se alimenta con la materia orgánica del ser humano. ¡Qué bonito alimentar troncos y raíces de árboles! ¡Y cuánto tendríamos que aprender los pueblos occidentales de las costumbres rituales de esas civilizaciones lejanas que están vinculados de forma tan estrecha a la tierra! 

El libro de Philippe Claudel es un árbol que se arraiga y crece lentamente transportando grandes cantidades de savia sabia. Es un homenaje bello y nostálgico a la vida: a la vida como concepto abstracto y también a la vida concreta de sus personajes, especialmente del narrador protagonista y de su amigo, fallecido tras un brutal y devastador cáncer.

Me gusta El árbol de los toraya porque es un manual de filosofía que en cada página va desgranando una verdad, una reflexión, como una parada de la mente para tomar aliento, recomponerse y continuar. El narrador de esta historia, que es un cineasta, busca en cada momento de su vida el fotograma de la película que podría haber filmado o que filmará, pues para él todo es materia creativa y todo puede llegar a alcanzar la trascendencia de la cinta grabada. Para mí, todo aquello que le da que pensar alcanza la trascendencia del pensamiento filosófico que nos construye e incluso termina por definir quiénes somos.

En el transcurso de la novela se van sucediendo imágenes de una enorme potencia evocadora que nos llevan hasta el amor al final de la vida adulta, el sexo, la enfermedad, la muerte, la amistad, el alpinismo, la literatura, la lectura, el azar... Todas ellas se convierten en los elementos centrales de una historia que transcurre lentamente y en la que parece que no ocurre nada, excepto la vida, la vida sencilla y extraordinaria de un ser humano cualquiera y a la vez excepcional.

Con la sensibilidad y la prosa impecable del autor del ya clásico La nieta del señor Linh, nos encontramos ante el mejor y más discreto canto a la amistad que yo he leído en mucho tiempo. Con ciertas dosis de lirismo e incluso de humor y un final sorprendente, terminé de leer el libro con la absoluta convicción de haber dejado crecer en mi interior a un ser humano nuevo y vibrante, como el que acoge en su interior el árbol de los toraya.



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