"Junto con la ropa interior, el amor es una tarea de las mujeres. Las mujeres se tienen que enamorar. Cuando hablamos de las grandes tragedias que pueden ocurrirle a una mujer, una vez descartadas la guerra y la enfermedad, la idea que más nos estremece es la de no ser amadas, y por tanto que no nos necesiten. Es posible que Isabel I estableciera las bases del imperio británico, pero nunca se pudo casar: pobre y pálida reina cubierta de mercurio. Jennifer Aniston es una hermosa y triunfadora millonaria que vive en una casa junto a la playa, en Los Ángeles, y nunca tendrá que hacer cola para devolver unas botas en Topshop resfriada; y, sin embargo, toda su treintena se describió como la década en que no fue capaz de retener primero a Brad Pitt, y luego a John Mayer. La princesa Diana, ¡con tanta mala suerte! Cheryl Cole, ¡sola! Hilary Swank y Reese Witherspoon..., bueno, ganaron un Oscar, ¡pero sus maridos las abandonaron!
El lenguaje nos dice exactamente lo que pensamos sobre las mujeres sin pareja; todo está ahí, en la diferencia entre "solteros" y "solteronas". Para los solteros todo es un juego. Las solteronas se lo juegan todo en ello, y rápido. La ley de la demanda fija el valor de una mujer: si está soltera, nadie la quiere, por lo que, cuanto más se alargue ese estado, menos deseable se vuelve.
Así que, como las mujeres saben la importancia que se da al hecho de que tengan pareja, no es raro que se obsesionen con la idea del amor y de las relaciones. Pensamos en ello todo el tiempo. A veces, cuando explico a los hombres el modo en que las mujeres imaginan posibles relaciones, empiezan a sentirse muy, muy alarmados. Si comentas lo mismo con las mujeres, en cambio, te responderán con un ladrido avergonzado de reconocimiento.
Fíjate, por ejemplo, en la típica oficina o lugar de trabajo. Si la plantilla es mixta, habrá varios coqueteos en marcha, más o menos obvios para un observador curioso. Eso ya lo sabemos.
Pero, si existiera una especie de Casco Psíquico que permitiera leer los pensamientos de las mujeres, cualquier hombre que lo llevara se quedaría aterrorizado al descubrir el nivel oculto de locura femenina.
Mira a esa mujer de la esquina, una jefa de departamento completamente normal, nada psicótica, tranquila y agradable con todos los que trabajan con ella. Que se sepa, no le gusta nadie de la oficina. Parece estar escribiendo un largo e importante email. Pero ¿sabes lo que hace en realidad? Está pensando en ese tipo sentado cinco mesas más allá, con el que sólo ha hablado una decena de veces.
"Si nos fuéramos un fin de semana largo juntos, no podríamos ir a París..., ha estado allí con su ex novia", piensa. "Lo sé. Lo contó una vez. Me acuerdo. No pienso andar por el Louvre para que me compare a mí, con mi gabardina de primavera, con ella, con su gabardina de primavera. No es que vayamos a ir en primavera, de todas formas; teniendo en cuenta en qué punto está nuestra relación, si él diera un primer paso HOY, podríamos irnos de puente como muy pronto en...", cuenta con los dedos, "noviembre, y entonces llueve mucho y mi pelo se quedaría todo aplastado. Necesitaría un paraguas."
"Pero", continúa, tecleando enfadada, "entonces no podríamos ir de la mano, porque yo llevaría el paraguas en una mano y el bolso en la otra. Así que sería una mierda. ¡A MENOS QUE...! ¡A MENOS QUE... pudiera meter todo lo necesario en mis bolsillos! Entonces no tendría que llevar un bolso al Louvre. Pero entonces estaría sin medias de repuesto si me las salpican, y tendría que ir con las piernas al aire, y haría tanto frío que mis piernas se pondrían moradas, y yo estaría tan nerviosa cuando volviéramos a follar al hotel que intentaría taparlas con una toalla, y él pensaría que me estoy insinuando y yo dejaría de gustarle. ¡HAY QUE JODERSE! ¿POR QUÉ TIENE QUE LLEVARNOS A PARÍS EN NOVIEMBRE? LE ODIO."
El tipo ni siquiera le gusta. Apenas ha hablado con él. Si la invitara a tomar algo, probablemente diría que no. No le apetece lo más mínimo tener una relación con él. Y, sin embargo, cuando vuelva a hablar con ella, se mostrará muy cortante con él, que, ni en sus fantasías más salvajes y cargadas de opio, podrá adivinar jamás ni remotamente el motivo de su cambio de humor. Supondrá quizá, encogiéndose de hombros, que le va a venir la regla o sencillamente que tiene un mal día.
Nunca llegará a saber la simple verdad: que pasaron juntos un puente imaginario en París, que fue desastroso y acabó con su ruptura por culpa de unas medias."
El lenguaje nos dice exactamente lo que pensamos sobre las mujeres sin pareja; todo está ahí, en la diferencia entre "solteros" y "solteronas". Para los solteros todo es un juego. Las solteronas se lo juegan todo en ello, y rápido. La ley de la demanda fija el valor de una mujer: si está soltera, nadie la quiere, por lo que, cuanto más se alargue ese estado, menos deseable se vuelve.
Así que, como las mujeres saben la importancia que se da al hecho de que tengan pareja, no es raro que se obsesionen con la idea del amor y de las relaciones. Pensamos en ello todo el tiempo. A veces, cuando explico a los hombres el modo en que las mujeres imaginan posibles relaciones, empiezan a sentirse muy, muy alarmados. Si comentas lo mismo con las mujeres, en cambio, te responderán con un ladrido avergonzado de reconocimiento.
Fíjate, por ejemplo, en la típica oficina o lugar de trabajo. Si la plantilla es mixta, habrá varios coqueteos en marcha, más o menos obvios para un observador curioso. Eso ya lo sabemos.
Pero, si existiera una especie de Casco Psíquico que permitiera leer los pensamientos de las mujeres, cualquier hombre que lo llevara se quedaría aterrorizado al descubrir el nivel oculto de locura femenina.
Mira a esa mujer de la esquina, una jefa de departamento completamente normal, nada psicótica, tranquila y agradable con todos los que trabajan con ella. Que se sepa, no le gusta nadie de la oficina. Parece estar escribiendo un largo e importante email. Pero ¿sabes lo que hace en realidad? Está pensando en ese tipo sentado cinco mesas más allá, con el que sólo ha hablado una decena de veces.
"Si nos fuéramos un fin de semana largo juntos, no podríamos ir a París..., ha estado allí con su ex novia", piensa. "Lo sé. Lo contó una vez. Me acuerdo. No pienso andar por el Louvre para que me compare a mí, con mi gabardina de primavera, con ella, con su gabardina de primavera. No es que vayamos a ir en primavera, de todas formas; teniendo en cuenta en qué punto está nuestra relación, si él diera un primer paso HOY, podríamos irnos de puente como muy pronto en...", cuenta con los dedos, "noviembre, y entonces llueve mucho y mi pelo se quedaría todo aplastado. Necesitaría un paraguas."
"Pero", continúa, tecleando enfadada, "entonces no podríamos ir de la mano, porque yo llevaría el paraguas en una mano y el bolso en la otra. Así que sería una mierda. ¡A MENOS QUE...! ¡A MENOS QUE... pudiera meter todo lo necesario en mis bolsillos! Entonces no tendría que llevar un bolso al Louvre. Pero entonces estaría sin medias de repuesto si me las salpican, y tendría que ir con las piernas al aire, y haría tanto frío que mis piernas se pondrían moradas, y yo estaría tan nerviosa cuando volviéramos a follar al hotel que intentaría taparlas con una toalla, y él pensaría que me estoy insinuando y yo dejaría de gustarle. ¡HAY QUE JODERSE! ¿POR QUÉ TIENE QUE LLEVARNOS A PARÍS EN NOVIEMBRE? LE ODIO."
El tipo ni siquiera le gusta. Apenas ha hablado con él. Si la invitara a tomar algo, probablemente diría que no. No le apetece lo más mínimo tener una relación con él. Y, sin embargo, cuando vuelva a hablar con ella, se mostrará muy cortante con él, que, ni en sus fantasías más salvajes y cargadas de opio, podrá adivinar jamás ni remotamente el motivo de su cambio de humor. Supondrá quizá, encogiéndose de hombros, que le va a venir la regla o sencillamente que tiene un mal día.
Nunca llegará a saber la simple verdad: que pasaron juntos un puente imaginario en París, que fue desastroso y acabó con su ruptura por culpa de unas medias."
(Cómo ser mujer. Caitlin Moran. Editorial Anagrama)
Caitlin Moran |
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