En este breve ensayo, Paul Auster escribe sobre la libertad. La libertad de los que creen que tienen derecho a hacer lo que les plazca, ya sea conducir borrachos, escupir por la calle, pagar la reforma de su casa en negro o defenderse de una más que improbable amenaza llevando armas encima. Qué es la libertad. Dónde empieza y dónde termina. Y en qué se convierte si hace que nuestras sociedades se vuelvan más desiguales, más peligrosas, más insolidarias y más mortales.
La relación de Paul Auster con las armas empezó muy pronto. Ya con diez años tenía una gran puntería, y a finales de los años cincuenta destacó especialmente en varios campamentos de verano por su habilidad para predecir el movimiento y el viento y dar siempre en la diana. Pero su familia nunca tuvo armas en casa. Sus padres nunca le animaron a explotar su talento. Y mucho más tarde supo que su abuela había matado a su abuelo de un disparo mucho antes de que él naciera. Y que aquello afectó profundamente la vida de la familia durante décadas, creando una animadversión quizá inconsciente hacia todo lo que tuviera que ver con armas de fuego.
Actualmente hay más armas que personas en Estados Unidos. Cada día mueren más de cien personas a causa de ellas. El control de las armas es un tema que divide profundamente a los estadounidenses, quizá tanto como el derecho al aborto. Ambos temas hunden sus raíces en una identidad fundacional norteamericana: la libertad y la religión. Conceptos que colisionan constantemente y que apoyamos o combatimos para definir nuestra forma de entender la vida y la muerte.
Estados Unidos es el país más violento del mundo occidental. Y es un problema, como siempre que se trata de la violencia física, fundamentalmente masculino. Entre las personas que poseen armas hay más hombres que mujeres, y son los hombres los que en mayor medida matan y se matan con ellas. Si nos preguntamos qué dice esto de la identidad masculina, qué raíces psicológicas y sociológicas hay en la necesidad de llevar un arma, encontraremos un mezcla poco halagüeña de miedos, soledad, agresividad, desconfianza y trastornos profundos que son el mismo sustrato de la polarización salvaje que estamos viviendo en todo el mundo en los últimos años.
Visto desde fuera parece un debate absurdo. ¿Cómo es posible que una sociedad civilizada permita que sus ciudadanos lleven armas por la calle o las tengan en casa? No he conocido nunca a nadie que haya tenido un arma. Tener un arma en España lo asocio a delincuencia. Y a la caza, que a veces es algo parecido. Una extravagancia de las novelas y de estratos sociales marginales. Algunos políticos de extrema derecha de nuestro país quisieron hace años importar de Estados Unidos el debate sobre las armas, afortunadamente con poco éxito. Ojalá siga siendo siempre algo impensable a esta orilla del Atlántico.
Este breve ensayo viene acompañado de fotografías en blanco y negro de Spencer Ostrander que retratan los escenarios desiertos de algunas de las más terribles matanzas ocurridas en Estados Unidos en los últimos años. Escenarios desiertos como epitafios, como "lápidas de nuestro dolor colectivo". Para no olvidar.
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