"Alguien da la luz dentro de mí cuando miro a mi madre. Cómo llena el vaso en la cocina. El agua parece más clara de lo normal cuando es ella quien me la ofrece. Mientras charlamos coloca los platos, atiende el teléfono, aparta de la vitrocerámica la cafetera. Estuve en esos brazos hace más de tres décadas, pero no lo recuerdo. Es el único momento más importante de mi vida que no recordaré nunca. Al menos no como una fotografía, igual que se recuerda un beso. Esta mañana disimulo mis ganas de arrojarme a ellos. Intento ser un hombre; aunque el miedo no haya disminuido, ni la necesidad de ser cuidado. Mamá, quisiera decirle, hace tantos años que vivo cayéndome de tu brazos".
Un pequeño párrafo de un libro minúsculo y el mundo desaparece. La librería, el mostrador tras el que me escondo. Este libro, incluso, del que de repente ha brotado una azalea y cuyas páginas se vuelven frondosas y me embriagan y me mecen con la hondura de un violoncello. O de una canción de cuna. Palabras que calman. Como la visión de un mar en calma para nuestros ojos urbanitas.
La belleza te puede salvar la vida. O, al menos, alejar durante un rato a los monstruos que la acechan. Así que es imprescindible aprender, como dice Jesús Montiel, a "ver una flor en el vaso vacío". Un acorde en el teclado silencioso de un piano. Aprender a encontrar aquello que nos puede salvar de los monstruos en cualquier parte: una risa en la mirada seria de tu madre.
Como los libros de Alejandro Palomas o Los ingratos, de Pedro Simón, esta Canción de cuna es una carta de amor a una madre. A su presencia y a la huella involuntaria que deja. A una madre que es un instante de mucha luz en un día de tormenta. Una infancia entera encapsulada en dos manos que te sostienen. Dos manos frágiles que también se duelen, como tú, del frío y de la soledad. "Porque también las madres tienen pesadillas y los hijos les cantan nanas, se acercan a sus cuartos para que no lloren".
La belleza te puede salvar la vida. La poesía. La música. Una flor. Un poema puede llegar un día para rescatarte de la costumbre. El amarillo casi naranja de un árbol sobre un estanque puede cortarte la respiración y desgajar tu día en dos como el bisturí de un cirujano entrando en la carne enferma. Pero qué es la belleza. Un misterio. En cualquier caso, lo contrario de la belleza no es la fealdad. La fealdad puede estar también llena de emoción y significado. Lo contrario de la belleza es el miedo, el miedo que levanta empalizadas para impedir que lo imprevisto y lo desconocido alimenten nuestros días.
Un pequeño párrafo de un libro minúsculo y el mundo desaparece.
Gracias, Jesús Montiel, por esta canción. Su cadencia de mar en calma ya navega aquí conmigo.
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