Que las naciones son símbolos y no realidades inmutables es un hecho más que sabido. Al igual que el dinero, las religiones o las leyes, no existen fuera de la imaginación de las personas, y, por lo tanto, están sujetas a todo tipo de interpretaciones y transformaciones. Es decir, a todo tipo de invenciones. De hecho, si no lo estuvieran (es decir, si no pudieran inventarse y, sobre todo, reinventarse), no existirían.
Partiendo de esta premisa, no dejan de resultar sorprendentes los comentarios de ciertos políticos que alertan contra la "destrucción de España" que provocaría, por ejemplo, la posibilidad de un cambio en la estructura territorial o en la jefatura del Estado. Como si la nación hubiera brotado de la tierra tal y como está ahora y cambiar algún artículo de su Constitución significara herirla de muerte. Como si la Constitución misma no se actualizara todos los años. Cuando hablan de la "destrucción de España", estos políticos se refieren a la destrucción de lo que ellos consideran que es España, es decir, a la suma de emociones, invenciones, mitos y vínculos afectivos que han ido desarrollando a lo largo de su vida por el país en el que viven. Y que, por mucho que piensen que es la de todos, sólo les pertenece en esencia a ellos.
Quizá porque yo no tengo ningún apego emocional al país donde vivo y porque lo que entiendo por España no creo que nunca pueda ser ni herido ni ofendido, me interesa especialmente lo que piensan los demás de nuestro país y qué les lleva a reivindicar su bandera con orgullo. Y sobre todo, cómo han desarrollado ese sentimiento y a través de qué ideas históricas se ha ido formando ese nacionalismo español que tan rápido y tan virulentamente ha vuelto a florecer en los últimos años.
Este ensayo de Henry Kamen da muchas pistas sobre los mitos históricos que han contribuido a crear la idea de España. Desde el asedio de Numancia, pasando por la batalla de Covadonga, la conquista de América o la idea de decadencia perpetua desde el siglo XVII, nos muestra cómo la historia siempre se ha contado para dar forma a un relato, y que ese relato, cambiante e interesado, ha ido conformando los múltiples aspectos de la identidad española a través de sus invenciones.
Las naciones no existen más que en nuestra imaginación. Y están tan vivas precisamente porque la idea que tenemos de ellas está en perpetua transformación. Alertar de la "destrucción de España" no sólo es una afirmación agresiva que canaliza el odio de la población hacia un enemigo político: es una afirmación absurda. España no puede destruirse, sólo transformarse. Y esperemos que los políticos sigan contribuyendo a transformarla activamente año tras año para que sea un lugar cada vez más pacífico y abierto y plural en el que todos podamos convivir en paz: una nación que todos podamos inventar y reinventar para darle nuevos significados.
Los nacionalismos, todos, no pueden ser amor a una identidad, unas raíces, una lengua, una cultura. Aunque los levantadores de banderas imanes de borregos así los vendan. Para amar todo aquello no es necesario ser nacionalista, más bien todo lo contrario. Los nacionalismos son simplemente algo en contra de; la pretensión de tener más derechos, más privilegios por estar allí, tan cínicos y peligrosos que fácilmente acaban con un: si no piensas así, tampoco tienes derecho aquí, y al poco no tienes derecho de vivir, ni aquí, ni en ningún otro lado, te mereces morir. Cuando alguien de poca memoria hoy se ofende o te acusa de pasarte de tremendismo, que miren cuan poco tiempo hace de las matanzas en nombre de una supuesta nación. Y no me refiero sólo al terrorismo. Los nacionalismos han matado a millones de personas. He nacido en Cerdeña, Italia, vivido en Salamanca, Barcelona, Madrid, y cuanto más disfruto de lo maravilloso que hay en cada lugar, más aborrezco los nacionalismos, todos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Roberto.
EliminarAsumir que las naciones son invenciones en perpetuo cambio y no realidades inmutables resulta de lo más liberador.
Un cordial saludo.