lunes, 3 de febrero de 2020

LA LLAMADA DE LO SALVAJE (Firma invitada)

¿Qué puede haber más salvaje que las condiciones atmosféricas extremas, el recuerdo de los ancestros o un aullido doliente en medio de la oscuridad más profunda? Ese ronroneo insistente, ese pálpito es el que atraviesa al personaje de la novela desde las primeras páginas.

¿Qué se dice de un clásico publicado hace 117 años y que mantiene intacta la universalidad y la atemporalidad? ¿Qué puedo yo, semiurbanita de una ciudad residencial de Madrid, encontrar en una novela tan alejada de mí en su ambientación geográfica y temporal? ¿Qué son para mí la fiebre del oro, los veinte grados bajo cero de la tundra canadiense, la conducción de trineos y las riñas por la supervivencia entre perros? Creo que no hay nada más alejado de mi realidad, de mi presente, y aun así, mantienen para mí una actualidad insólita. Quizás, he creído mientras me adentraba en la historia de Buck, porque ha sacado de mí a la niña sedienta de aventuras que llevo dentro.

¿Por qué he esperado veintimuchos años –los que llevo conociendo las letras y sus misterios– para leer un clásico de lo que hoy llamamos nature writing y que editoriales tan queridas como Volcano o errata naturae han traído de nuevo a las mesas de novedades? Quizás una mira en las estanterías de clásicos y se siente de algún modo alejada de su realidad. A veces me olvido de que la etiqueta "clásico" es lo que hace que los libros no estén nunca alejados de nuestra realidad. Y podrían haber pasado otros tantos años si no hubiera visto el trailer de la adaptación cinematográfica recién estrenada y que tiene como protagonistas indiscutibles a Buck (el perro que será ya para siempre mi favorito) y a John Thornton, interpretado con un rostro todo bondad por Harrison Ford.

Jack London.
La curiosidad me llevó al estante de los clásicos y rescaté de él un ejemplar de La llamada de lo salvaje publicado con el mimo que caracteriza siempre a Nørdica, una editorial que ya se ha convertido en un referente para los clásicos con ilustraciones y se ha hecho imprescindible para algunos títulos. Los tonos azulados de las ilustraciones de Javier Olivares y los dibujos afilados de las siluetas de hombres y animales otorgan a la novela el frío que recorre sus páginas y esa llamada silenciosa a los ancestros, al recuerdo ya borrado tras siglos de domesticación.

La aventura de Buck por encontrarse a sí mismo, utilizando un sintagma muy de moda en estos tiempos, es la aventura de la vida de cada uno de nosotros. Y mi yo infantil se ha regocijado y ha disfrutado de lo lindo de viaje en viaje, al calor de las hogueras de campamento y con el amor profundo de un perro moribundo por su salvador.

Si aún no habéis leído este clásico, no lo dejéis pasar ni un año más. Es fantástico.



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