Xuana es una profesora jubilada, «retirada» al campo tras toda una vida dando clases en institutos de la ciudad. Un sábado por la mañana se encuentra con el cadáver de una chica tirado en el maizal junto a su casa e inmediatamente se convierte en una testigo muy incómoda para quienes no desean que el crimen se sepa. Xuana se siente «como una vieja dama de las novelas de Agatha Christie saliendo airosa entre un círculo de malvados y sospechosos». Constantemente ve su vida desde fuera, como si ella fuera una actriz y el mundo un decorado en el que ella tiene que desarrollar un buen papel. Un papel escrito de antemano. Por suerte, cuenta con una vecina excepcional, su querida Taresa, un personaje tan completamente distinto a ella que nada podría permitir imaginar lo buenas amigas que acabarían siendo.
En esta novela hay una vaca llamada Frida que se revuelve y muge de madrugada porque está a punto de parir. Hay un hombre que, a efectos de Hacienda y del Ministerio de Interior, nació con veintitantos años, porque no hay ningún registro de lo que hizo o de quién fue cuando era joven. Hay otro hombre con un pasado que todo el mundo cree conocer y que volvió al pueblo para ser el amigo silencioso de todos. Y hay secretos, muchos secretos, como en todo pueblo que se precie, por muchos visillos que cubran las miradas a hurtadillas de todos los parroquianos.
También hay tres guardias civiles más acostumbrados a mediar en trifulcas de bar que a interrogar a posibles testigos de asesinato. Y hasta una perrita nerviosa y adorable dispuesta a participar, aunque no se entere de nada, en una huida desenfrenada en mitad de la noche.
Me ha divertido mucho este noir rural asturiano, que en realidad de noir tiene poco porque la prosa cuidada de Berta Piñán y la luz de sus personajes principales hacen que, además de que se te acelere el corazón, avances por esta historia con una buena sonrisa.