Era difícil, muy difícil, escribir una novela a la altura de Un caballero en Moscú. ¿Cómo igualar el carisma del conde Rostov, encerrado durante tres décadas en el Hotel Metropol? ¿Cómo encontrar un personaje así, un espíritu tan libre, ingenioso, elegante, imaginativo, bondadoso y audaz? Mis expectativas con La autopista Lincoln estaban por las nubes, y leer con unas expectativas así es caminar constantemente por el filo de la decepción. Todo lo que no rozara la perfección iba a resultarme un chasco. Y no sé cómo, porque esta historia nada tiene que ver con la anterior, no sé cómo lo ha hecho Amor Towles, pero he llegado a la última página de este nuevo viaje con la misma sensación de plenitud que ya tuve con el anterior. La misma maravilla, el mismo deslumbramiento, las mismas ganas de irme a vivir con estos personajes, en este caso a su ansiada California, para ayudarles a construir sus sueños.
"La vida en un correccional está pensada para atontarte. Te despiertan al amanecer, te obligan a trabajar hasta el ocaso, te dan media hora para comer, media hora para descansar y luego apagan las luces. Se supone que no debes ver más allá del sendero que tienes por delante, como los caballos con anteojeras de Central Park. Pero si has crecido rodeado de artistas itinerantes, es decir, entre ladrones y estafadores de poca monta, nunca llegas a atontarte del todo".
De correccionales trata también esta novela. De infancias abandonadas, que sufren por el secuestro de un internamiento estatal pensado para atontarlas y alejarlas de cualquier mal hábito. De niños sensibles, demasiado sensibles, quizá, para la aspereza de la vida estadounidense de los años 50, que, sin embargo, nunca dejan de desear a lo grande y de reclamar su derecho a perseguir sus sueños más locos.
Amor Towles tiene un don especial para crear personajes infantiles inolvidables. En La autopista Lincoln la estrella para mí es Billy, un niño de ocho años que viaja siempre con un libro gastadísimo de tapas rojas, una antología de viajes reales e imaginarios con la que construye su mundo real. Billy es un homenaje a lo excepcional, al poder de la candidez y la bondad para salvarnos de cualquier desgracia y ensanchar los límites de lo que somos capaces de imaginar.
La autopista Lincoln es un viaje. Como cualquier vida. Y, con una sonrisa, nos recuerda que todo viaje, como cualquier vida, tiene que estar abierto a lo inesperado para ser verdaderamente disfrutado.
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