lunes, 12 de septiembre de 2022

LAS INFANCIAS SONORAS

La infancia suena. Suena en la voz de los niños que vienen estos días por la librería en busca de sus nuevos libros y lápices y gomas y cuadernos para empezar el nuevo curso. Suena en la mirada cómplice de Larisa cuando, después de haber hablado un ratito de libros y del olor irresistible de la pastelería de la esquina, vuelve a la librería con una porción de tarta de queso para que mi tarde pase más rápido y más feliz. Suena en mi cabeza con melodías imprevisibles con cada trocito que voy comiendo a escondidas entre cliente y cliente, y con cada poema que leo, también a escondidas, de este librito minúsculo que suena como suena la infancia en los que nunca llegaron a desprenderse de ella. 

Ver el mundo con ojos de niño es un privilegio. Un privilegio extraño y difícil. Porque, como adultos, tenemos memoria de la infancia. Y añorar la infancia es un poco así como matarla. Los niños no añoran, los niños desean. Los niños anhelan, aspiran, exigen. Mirar con ojos de niño es quizá pensar que el pasado no existe y que el futuro es la continuación lógica y excitante de un presente infinito y sonriente. Mirar con ojos de niño es recordar la risa de la abuela y, en vez de rendirse a la tristeza, reír simplemente porque ella reía. Y qué mejor homenaje. 

La infancia suena en este libro. Despacio e imperceptible, como el mar dentro de su caracola. Suena como no suena la mía, y por eso el eco que produce en mi cabeza es todavía más bonito. "No se sabe nunca nada si no buscas saber desde otro sitio", dice Nuria. Ninguna infancia suena de verdad sin la caja de resonancia de otras infancias que la reflejan. 

La infancia suena. Pero ¿a qué suena? ¿Cómo se llama ese sonido, la risa que provoca, el temblor de cada recuerdo? ¿Qué nombre tiene el olor de la despensa de la casa del pueblo, el tacto áspero de la mejilla del abuelo? Buscar las palabras de la infancia es algo así como apuntalarla. Elevar una casa en la que el recuerdo sobreviva. Quizá para esto haya escrito Nuria Ortega este librito. Y no se me ocurre propósito más bonito. 




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