Llueve. El día suena a pisadas crujientes sobre las hojas caídas de los árboles. Hojas amarillas y marrones, de tonos oscurecidos por el frío. Hace tiempo de libro y manta y bebida humeante junto a la ventana. Y aquí en la librería, la luz de las estanterías y la de este ordenador parecen centinelas en la tormenta, guías frágiles para que los viajeros no se extravíen, para que encuentren un camino seguro a la seguridad de un libro.
Hay algo en los versos de Sophia de Mello (1919-2004) que me recuerda a esa luz de faro que titila en la noche. Es una luz de hoguera y de bienvenida. De abrazar el mar y sus peligros y, a la vez, de sentirse a salvo de sus veleidades. Una luz hecha de palabras que evocan la tierra, la pasión, las cosas sencillas e indispensables.
"Y por la nitidez de las tan amadas
palabras siempre dichas con pasión
por el color y por el peso de las palabras
por su concreto silencio limpio
donde se alzan las cosas nombradas
por la desnudez de las palabras deslumbradas".
Estos versos pertenecen a un poema titulado Patria. Me gusta pensar en esa patria hecha de palabras y de las cosas que las nombran. Hacer mía esa patria, esté donde esté. Llevarla conmigo.
Hay algo en los versos de Sophia de Mello que me recuerda a una voz encendida contra la injusticia. Con cincuenta y cinco años escribió sobre la Revolución de los Claveles con fervor. Con ese ímpetu de la poesía que, acostumbrada a mirarse en la nostalgia, encuentra en la realidad un asidero donde cargarse de futuro. Y contra la hipocresía, protesta:
"Una verdad a medias es como habitar medio cuarto
ganar medio salario
como tener sólo derecho
a la mitad dela vida".
Los poemas de Sophia de Mello están escritos como si no fuera a leerlos nadie nunca, con esa calma e intimidad que uno reserva para un diario o para las cartas de amor a amantes que ya no están. Son filosóficos y enigmáticos, maravillosamente musicales, y también sensuales y políticos. Buscan una verdad con la que reorganizar el caos de la vida, el caos propio e íntimo de cualquiera que busque trascendencia en el amor o en los recuerdos.
Llueve. El día suena a pisadas crujientes sobre las hojas caídas de los árboles. Flota en el aire una suave melancolía, como el eco del eco de un fado portugués mecido por el viento. Y Sophia me acompaña, con su nostalgia y su activismo, con su luz junto al mar y su palabra precisa.
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