jueves, 14 de febrero de 2019

MARX Y LA MUÑECA

Hacía mucho tiempo que no encontraba una mirada tan bonita en una novela. La mirada de una niña que es arrancada de su hogar en Irán y que vive toda su infancia y juventud buscando en los recuerdos de aquel desgarro emocional un camino para construir su identidad. Parece un cuento, con todos esos capítulos que empiezan con "Érase una vez...". Parece un diario, con párrafos cortos, autobiográficos, en los que la autora se mira y se descubre. Son historias de su vida, de sus padres comunistas que huyeron de la represión de los ayatolás en los años ochenta para buscar un futuro mejor en Francia, de su infancia fragmentada en dos culturas radicalmente distintas. Historias escritas para tratar de unir los pedazos dispersos de una vida rota por el exilio: "Quisiera sembrar historias en los oídos del mundo". Historias que florezcan, que se conviertan en la belleza que la gente ya no se regala.

Historias que a veces transforman su dulzura en pesadilla y despiertan a hombres y mujeres en mitad de la noche sofocando un alarido, a miles de kilómetros de sus muertos, bañados en sudor. "Miedo, muerte y tortura zumban en el espacio, revoloteando sobre sus cabezas". Poco a poco, el miedo empieza a instalarse en todas partes. En la comida, en los amigos, en los puestos del mercado. En las bromas que se entienden como amenazas. En los silencios de los vecinos. En las luces de los coches en la oscuridad. Miedo. El miedo que les dice que para seguir viviendo, hay que marcharse. Lejos, muy lejos. Lo más lejos posible de ese país que se ha convertido en una espiral sangrienta que acaba con la alegría y los sueños de la gente.

Desde la primera página me atrapó una voz inconfundible, la de una niña que empieza ya en el vientre de su madre, por los pasillos ensangrentados de la universidad de medicina en plena revolución, y que descubre el mundo con una mezcla embriagadora de pasión, rabia y delicadeza. Escuché en esa voz ecos de John Berger, de los libros en los que entrelaza la poesía y el compromiso político con los más débiles, con todas las revoluciones fracasadas del mundo, sueños apagados que sólo la literatura puede volver a encender.

"Érase una vez un padre, una madre y una hija. Los tres guardaban un secreto en la palma de la mano. En su palma, una palabra grabada: exilio".

Esta es una novela para saborear poco a poco, sin prisa. Para dejarse mecer por el ritmo poético de las imágenes y por la urgencia de una historia hecha de momentos hermosos, no exentos de dolor y de lucha, que iluminan una vida. Es una novela llena de lo que no se cuenta. Llena de silencios, silencios entre capítulos, entre líneas, entre palabras, que definen el contorno del leve escalofrío que deja su lectura. 

Una novela cuya belleza escondida hace llorar.



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