Cada nueva edición de Zweig es una fiesta. Y si la responsable es la editorial Acantilado, con mayor motivo. Llevo casi veinte años leyendo sus libros y sigo esperando cada nuevo rescate de su obra con la misma impaciencia e ilusión que cuando lo descubrí. ¿Qué tendrá este hombre, que por más que cambien mis gustos lectores me sigue apasionando con la misma intensidad que el primer día?
He leído este ensayito sobre Américo Vespucio y cómo América llegó a llamarse en su honor de un tirón y con la sonrisa puesta. La descripción de la fiebre de los descubrimientos en la última década del siglo XV genera la excitación de las mejores novelas de aventuras, y la investigación histórica que sigue es una delicia que se devora de un solo bocado.
La historia puede resultar conocida, pero no deja de apasionarme cómo sus entresijos demuestran hasta qué punto un error histórico pudo configurar el nombre de todo un continente. Colón, almirante y visionario, descubrió América para los europeos. Pero nunca tuvo la intención de hacerlo, y ni siquiera lo supo. Murió pensando que había descubierto una ruta más corta para llegar a las Indias, y hasta el final de sus días quiso creer que Haití estaba a unos pasos de la costa de China, y Cuba, muy cerca de Japón.
Américo Vespucio, comerciante para los Medici, fue el primero en hablar de esas Indias como un nuevo continente, un nuevo mundo. Pero nunca tuvo intención de nombrar ese nuevo continente, continente que hasta el final de sus días siguió pensando que se limitaba a la costa de Brasil y a unas cuantas islas caribeñas, y murió sin llegar a saber que su propio nombre se usaría para designar la vasta extensión de tierra que hoy llamamos América.
"Vespucio corona de hecho el descubrimiento de América, pues todo descubrimiento, todo invento, tiene validez no sólo para quien lo realiza, sino también, sobre todo, para quien comprende su significado y su efecto".
El famoso dicho de que la historia pone a cada uno en su lugar es mentira. El caso de Colón y Vespucio, verdadera comedia de equivocaciones escrita al dictado del azar y del error, es un ejemplo delicioso. Y en este ensayo se convierte en un relato fascinante, como sólo Zweig sabía hacerlo.
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