Así que así se hace. Uno se enamora de una novela. La piensa, la vive, la saborea. La lleva en su cabeza como una canción de amor, en su piel como el perfume de una amante. Uno llora con la tragedia del herido y se compadece de los dilemas morales de su compañero. Uno va andando por la calle, ve un cementerio y siente de pronto una furia incandescente revolverse en sus tripas. O se topa con una tienda de disfraces y una máscara de arlequín hace que le recorra la flecha de un escalofrío por la espalda. Uno se enamora de una novela y, como sabe dibujar, empieza a sentir un cosquilleo en la punta de los dedos. Las emociones se transforman en colores, la furia es morada y el amor verde, y en cuanto llega a casa se pone a dibujar como un poseso. Horas y horas. La canción de amor y el perfume de la amante ahí, plasmados sobre el blanco. La tragedia y los dilemas en dos cuerpos enlazados, en unos labios suplicantes. Así se hace. Uno se enamora de una novela y devuelve ese amor convertido en esta obra de arte.
Este cómic es una adaptación gráfica de la novela de Pierre Lemaitre Nos vemos allá arriba, Premio Goncourt 2013. Sus protagonistas, Édouard y Albert, deberían haber muerto en la guerra. Habría sido lo más conveniente para sus superiores y para los gobernantes de la paz de los años veinte, incapaces todos de compensar por su sufrimiento a las decenas de miles de heridos que volvieron deshechos de una guerra espantosa y absurda. Estos dos despojos de la paz, unidos por una amistad compleja y profunda, protagonizan una de las historias de venganza más contundentes e impactantes que he leído nunca y muestran cómo del sufrimiento y la compasión pueden salir las ideas más creativas. Y las más desesperadas.
Las adaptaciones al cómic de obras literarias saben a menudo a sucedáneo. Conocemos el texto, sabemos de su fuerza, y es difícil que una imagen potencie la historia conocida sin traicionar su esencia o sin entrar en conflicto con la idea que nos habíamos hecho de los personajes y su contexto. Esta adaptación de Christian de Metter no se parece a ninguna otra. Es potentísima, discreta, concisa y tiene una fuerza expresiva que quita el aliento. Sólo me explico un éxito así desde el amor. Desde la devoción absoluta del dibujante por una historia que le ha atrapado tanto que sólo puede deshacerse de ella creándola de nuevo, sacándola a golpe de color desde sus sueños y obsesiones.
Gracias, Christian de Metter, por convertir tu pasión en esta obra de arte.
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