Yo quiero ser politeísta. Quiero adorar a muchos dioses y tener ganas de conocer a los de otras culturas: quién sabe, a lo mejor alguna de esas extrañas divinidades egipcias o galas me viene de perlas por si paso por un mal bache. Quiero comprar estatuillas y pintarlas. Quiero salir a la calle en diciembre a celebrar la Saturnalia, ("el mejor momento del año", según Catulo), disfrutar del festejo y disfrazarme y mezclarme con quien quiera porque por unos días se acabaron las normas sociales. Quiero venerar al dios que quiera de la manera que se me antoje y que nadie se atreva a decirme cómo hacerlo ni para qué. Quiero que mi religión sea mía y de todos, y que por ser de todos, nadie pueda apropiársela.
Los dioses existen porque los veneramos. Ellos lo saben. Están ahí para nosotros. Nosotros les damos nombre, los honramos con sacrificios, contamos sus historias. Sin nosotros, no serían nada, ya que ellos imitan la vida, forman parte de nosotros, nos ayudan a ser lo que somos: ciudadanos libres de una república, de un imperio, de una civilización cuya cultura ha conquistado el mundo. Yo quiero ser politeísta para que tú también lo seas. Y para que lo sean todos. Y así pierda sentido, poco a poco, esa loca idea de insultar y de matar en nombre de un dios.
Los dioses existen porque los veneramos. Ellos lo saben. Están ahí para nosotros. Nosotros les damos nombre, los honramos con sacrificios, contamos sus historias. Sin nosotros, no serían nada, ya que ellos imitan la vida, forman parte de nosotros, nos ayudan a ser lo que somos: ciudadanos libres de una república, de un imperio, de una civilización cuya cultura ha conquistado el mundo. Yo quiero ser politeísta para que tú también lo seas. Y para que lo sean todos. Y así pierda sentido, poco a poco, esa loca idea de insultar y de matar en nombre de un dios.
Mientras que el arte, la filosofía, el teatro, la política y la cultura clásica en general siguen siendo hoy en día una inagotable fuente de inspiración y están presentes en nuestro día a día de las formas más variadas, la religión que formaba parte de esa cultura y, en buena medida, la definía, ha quedado reducida a una serie de mitos que se enseñan a los niños como cuentos fantásticos. De hecho, se le ha quitado hasta el nombre de religión y, para referirnos a ella, utilizamos un término de categoría inferior: mitología. La causante de esta devaluación terminológica fue sin duda la religión cristiana, que se construyó contra las religiones clásicas y las trató de paganas y bárbaras para legitimarse. Tanto éxito tuvo esta campaña de difamación que incluso hoy se sigue pensando que el politeísmo de los romanos es una religión superada. Pero, ¿cómo se supera una religión? ¿Y una cultura? ¿Acaso Homero o Virgilio están superados? Si los productos de la cultura no se miden con los parámetros del tiempo o de la evolución, la religión tampoco.
Este libro defiende que el politeísmo no solamente no es una religión superada, sino que puede servir para cambiarnos la forma de mirar los efectos de la religión (monoteísta) en nuestra sociedad y mejorar muchos aspectos de la convivencia entre culturas distintas. Sin ir más lejos, si fuéramos politeístas no existiría el conflicto religioso: en nuestro panteón cabrían todos los dioses y se adoptarían los nuevos que fueran surgiendo de la misma manera que adoptamos palabras extranjeras a nuestra lengua a medida que incorporamos nuevas costumbres y necesidades. No habría conflicto, pues, ni ofensa posible: si tu velo es un símbolo de un dios al que ambos podemos venerar, ¿cómo podría ofenderme? Es más, si me gusta, es posible que te pregunte dónde lo has comprado para usarlo yo también. Al fin y al cabo, a los dioses hay que respetarlos, pero no hay que olvidar que son creaciones humanas, narraciones humanas: de la misma forma que el cuadro proviene de la mente del pintor y el edificio de la mente del arquitecto, las divinidades provienen de la mente de los hombres.
Hoy en día, el cristianismo es la religión predominante en occidente. Ha llegado a un punto en que muchos piensan que es una religión más o menos tolerante con otras religiones. Todos hemos visto alguna foto de algún Papa dándole la mano a algún emir o a algún rabino. Teniendo en cuenta que hace pocos siglos los Papas fantaseaban con exterminar a todos los infieles, el apretón de manos es un progreso notable. Pero, ¿es en realidad suficiente este grado de tolerancia?
Tolerar significa aceptar, pero desde la discrepancia. Cuando un cristiano es tolerante significa que no está de acuerdo con la religión del otro, que piensa que el otro está equivocado, que no le gusta, pero que no tiene motivos para agredirle. Los romanos politeístas no sabían qué era la tolerancia religiosa. No lo sabían porque para tolerar hace falta considerar que la religión del otro es incompatible con la tuya. Y sólo los monoteístas tienen religiones incompatibles con las de los demás. Si tus dioses caben en la casa de los míos, y los míos caben en la casa de los tuyos; es más, si tus dioses dejan de ser tuyos para convertirse en nuestros, ¿qué sentido tiene que yo tolere lo que ya forma parte de mi vida? Si lo llevamos al lenguaje, la palabra inglesa whatsapp se ha convertido en wasap o guasap precisamente porque la hemos incorporado al español y ya no es extranjera ni hay que tolerarla: se ha vuelto nuestra.
Tolerar significa aceptar, pero desde la discrepancia. Cuando un cristiano es tolerante significa que no está de acuerdo con la religión del otro, que piensa que el otro está equivocado, que no le gusta, pero que no tiene motivos para agredirle. Los romanos politeístas no sabían qué era la tolerancia religiosa. No lo sabían porque para tolerar hace falta considerar que la religión del otro es incompatible con la tuya. Y sólo los monoteístas tienen religiones incompatibles con las de los demás. Si tus dioses caben en la casa de los míos, y los míos caben en la casa de los tuyos; es más, si tus dioses dejan de ser tuyos para convertirse en nuestros, ¿qué sentido tiene que yo tolere lo que ya forma parte de mi vida? Si lo llevamos al lenguaje, la palabra inglesa whatsapp se ha convertido en wasap o guasap precisamente porque la hemos incorporado al español y ya no es extranjera ni hay que tolerarla: se ha vuelto nuestra.
En las últimas décadas se ha producido un auge del nacionalismo. Se privilegia la pertenencia étnica, cultural, lingüística o religiosa en detrimento de la cívica. Garantizar los mismos derechos y mismas leyes para todos, independientemente del origen, credo, ideología, lengua o etnia de los ciudadanos está en la razón de ser de todo Estado democrático. Pero cuesta mucho esfuerzo conseguirlo. Si todos nosotros, en lugar de una educación cristiana (por mucho que hayamos ido a colegios e institutos laicos), hubiéramos tenido una educación politeísta, no sólo nos lo habríamos pasado mucho mejor en las fiestas religiosas (bendita Saturnalia), sino que probablemente no desconfiaríamos de las religiones de los demás, no estaríamos sometidos a dogmas morales paralizantes y castradores, seríamos más capaces de entender y asimilar otras culturas, creeríamos más en las leyes y en la libertad y menos en la pertenencia y en las fronteras y nuestra visión del mundo sería más abierta, más mutable y más permeable a la diversidad.
Ningún romano habría quemado en la hoguera a ningún Galileo por decir que la Tierra se mueve, por la sencilla razón de que ni la ciencia, ni ningún logro humano son competencia de los dioses. Los cristianos se pasaron trece siglos matando a hombres por pensar. Y llevan unos dos siglos intentando, por las malas, volverse tolerantes. Me temo que su religión autoritaria nunca les dejará aprender que la tolerancia es una forma muy frágil de respetar al que no piensa como tú. Y que el politeísmo es una religión mucho más humana y divertida.
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