En Central Park hay un zoo con pingüinos. Son pingüinos barbijo y su característica principal es una fina línea de plumas negras que pasa por debajo de sus picos formando una especie de collar. Roy y Silo son dos de los cuarenta y dos pingüinos barbijo que hay en el zoo, dos pingüinos que no sienten especial atracción hacia las chicas pingüino y que sólo desean estar juntos, abrazarse y ser una pareja más. Sin embargo, cuando las demás parejas se ponen a incubar sus huevos, ellos no pueden seguir imitándolas. A pesar de que se construyen un nido como los demás, a pesar de las horas que pasan encima de una piedra en forma de huevo para tratar de hacer nacer un bebé pingüino con el calor de sus cuerpos, no consiguen ser padres. Hasta que su cuidador se da cuenta y coloca en el nido de Roy y Silo un huevo abandonado que necesita unos padres para vivir, unos padres como Roy y Silo, cuyo mayor deseo es crear una familia. Cada día le dan la vuelta al huevo para que se caliente por todos los lados. Se turnan para ir a buscar comida y para salir a nadar. No se apartan ni un momento de su lado, al igual que todas las parejas de pingüinos. Hasta que un día escuchan resquebrajarse la cáscara del huevo y ven asomarse por un agujerito el pico diminuto de una bebé pingüino, una bolita de pelo friolera con un plumaje blanco y rizado llamada Tango, pues se necesitan dos para bailarlo.
Y allí están desde el año 2000. Roy, Silo y su hija Tango. Junto a sus amigos: Nipper, Squawk, Charlie, Wasabi y Piwi.
Hay cuarenta y dos pingüinos barbijo en el zoo de Central Park y unos diez millones en todos el mundo.
Pero sólo hay una Tango.
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