El olor de muchos como yo, todos diferentes y casi todos iguales en el miedo y en la excitación.
Mamá se ha ido, al mundo le han quitado el peso que lo equilibraba y como no venga alguien a contrarrestar este susto se va a armar la de dios.
Algunos gritan un poquito, para probar el ruido que hace el silencio al romperse, otros juegan a pegarse para demostrar al resto que no tienen el miedo que tienen.
Somos un grupo pero aún no sabemos que lo somos y nos movemos inquietos, algunos casi frenéticos: qué pasará ahora, qué vamos a hacer, quién va a venir.
Y entonces llega ella. Con un libro y muchas hojas, sonriendo. Habla y todos nos callamos, como el mar cuando cierras las ventanas. Habla y de su voz salen las letras de los cuentos, las letras que vamos a aprender en los días siguientes y que, si aprendemos a quererlas, nos contarán historias, se colarán en nuestros días y nos llenarán de sueños la cabeza. Y algunos, esa misma primera noche, soñaremos con las letras nuevas, viviremos aventuras disparatadas a lomos de una S intrépida o de una N vertiginosa y a la mañana siguiente, con las legañas todavía escondidas en el borde de los párpados, cuando probemos a atarnos los cordones esforzándonos en hacer los lazos y los nudos con la mano correcta, veremos una o, una a, dos eses tumbadas y hasta una p un tanto maltrecha en las lazadas y sonreiremos porque estamos empezando a descubrir que el mundo es muchísimo más grande de lo que pensábamos y que se puede ordenar y desordenar de todas las formas imaginables para hacerlo más bonito y más sorprendente.
Todos hemos tenido una maestra o un maestro que nos ha cambiado la vida. Gracias por las letras en los sueños y en los cordones, por aprender enseñando, por enseñar aprendiendo.
"Flor es la más grande de nosotros siete.
Tiene siete años.
Por eso, y porque es muy valiente, podemos ir a la escuela con ella.
No le tiene miedo a la oscuridad ni a los espantos que dicen que aparecen a las seis de la mañana.
[...]
A Flor le gusta la escuela, le gusta mucho,
y más desde que le dieron el libro de lecturas.
No se le arruga porque lo cuida mucho, pero si sigue así,
se va a quedar sin dedo, de tanto pasarlo por las letras.
[...]
Flor ya sabe leer, dice que las letras,
que a mí me parecen unos dibujos muy difíciles de entender y de juntar,
son contadoras de cosas
y que cuando aprendes a leer es como si te contaran cuentos.
A mí las letras no me han contado nada todavía,
yo creo que saben que no me gustan y se quedan calladas.
[...]
El otro día mi mamá se puso a llorar
cuando Flor le dijo lo que quería ser cuando fuera grande como ella.
Estuve a punto de ir a darle una patada a Flor por hacerla llorar
pero mi abuela me explicó que a veces uno también llora de alegría cuando le cuentan algo bonito.
Entonces le pregunté que qué podía ser tan bonito para que mi mamá se pusiera así y me contó que Flor les había dicho que cuando fuera grande quería ser maestra."
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