martes, 25 de agosto de 2015

LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE

Rellenar huecos. En eso consiste buena parte del esfuerzo que hago para tratar de ser un poco menos ignorante. En vez de veranear todos los años en el mismo sitio, con las mismas personas y en el mismo idioma, busco lugares desconocidos con gente nueva y, a ser posible, en culturas distintas que me sorprendan; en vez de leer y releer las obras completas de cuatro o cinco autores, junto a todo lo que se ha podido escribir a lo largo de la historia sobre ellos, diversifico mi curiosidad hacia los lados del cuadro, hacia lo que me resulta menos cercano o conocido y, por lo tanto, más enriquecedor.
Es una especie de afán de coleccionista. No parar de pasear por una gran ciudad hasta no haber recorrido varias veces todas sus calles, hacer mapas mentales de escritores por países y épocas y relacionarlos unos con otros de la forma más libre y caprichosa por influencias, afinidades (sobre todo mías) e intenciones (sobre todo inventadas). Ver vastos espacios de tierra sin conocer, autores y corrientes literarias enteras por descubrir como subcontinentes vírgenes y salvajes llenos de peligros y placeres por explorar.
A eso, entre otras cosas, me dedico. Personal y profesionalmente. A rellenar huecos. Huecos, a veces, inconfesables. Como Carson McCullers. 

No tengo intención de hablar del argumento de "La balada del café triste", del tipo de historia que es, de la ambientación, personajes, etc. No. Es una historia corta, apenas noventa páginas. Es un clásico. Una obrita maestra. Y merece la pena que sea la propia autora quien se encargue de desvelar la trama a su ritmo y con sus sorpresas a quien le apetezca conocerla y rellenar su propio hueco.
Ahora me apetece citar un párrafo célebre de este libro y hacer un par de comentarios sobre parte de lo que he pensado al leer a esta autora:

"Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de mala vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia sólo puede causarle dolor."

Casi nadie está de acuerdo con este punto de vista, ¿verdad? Es terrible: adiós a la igualdad, al equilibrio de los sentimientos, a la intensidad compartida, a la generosidad, a la confianza, al compromiso. Adiós a esa visión idílica y homogeneizada del amor como algo que se crea junto a otra persona. El amor de este párrafo es violento, individualista y solitario. El amante convierte al amado en su adversario, lo coloca enfrente en vez de a su lado y lo transforma en un objetivo inalcanzable. Toma como excusa al amado para satisfacer su necesidad de veneración y acaba mezclando ese amor ideal con el temor y el odio hacia la encarnación que ha elegido. 

Quizá el tema de "La balada del café triste" sea la soledad. La soledad de no buscar nada y convivir con una herida dignamente durante muchos años; después la soledad de despertar a un nuevo amor y saberse amante y no amado, cobijado en ese mundo extraño y aislado, y por último la soledad de saberse traicionado por todo en lo que uno creyó una vez y quedarse los días mirando fijamente por la ventana esa vida que sigue sin que haya ninguna razón plausible que pueda explicar semejante incongruencia. 


Carson McCullers


1 comentario:

  1. Gracias Óscar me apetece mucho el esperar a comprar el libro gracias de nuevo por tu reseña tan valiosa.

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