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¿Quieres comprarte un yate y no tienes dinero? Sonríe, sólo tienes que pegar la foto de tu yate soñado en tu pared y en poco tiempo será tuyo.
Desde hace unos veinte años, la sonrisa o actitud positiva ante cualquier circunstancia de la vida se ha convertido en algo, no sólo deseable, sino conveniente, e incluso, normativo. Ver siempre el vaso medio lleno, pensar que todo va bien en el presente y que la única tendencia posible es que todo vaya a ir mejor: el optimismo como un estado mental, como dice Barbara Ehrenreich en la introducción a este libro, "una expectativa consciente que cualquiera puede alcanzar, en teoría, sólo con ponerse a ello".
¿Y por qué habríamos de abrazar incondicionalmente el pensamiento positivo? Los especialistas nos aseguran que, además de hacernos sentir bien, el optimismo atraerá cosas positivas a nuestras vidas. "Si uno espera que el futuro le sonría, el futuro le sonreirá". Y no sólo eso: misteriosamente, los pensamientos positivos tienen la capacidad de materializarse en salud, prosperidad y éxito.
El pensamiento positivo, tal como lo entendemos hoy, apareció en el siglo XIX en EEUU entre un grupo de filósofos, curanderos y mujeres de clase media, en parte como reacción a la moral calvinista que predicaba el esfuerzo y el sacrificio, condenando cualquier expresión emocional, y por supuesto, cualquier manifestación de alegría o felicidad. En la época constituyó una liberación de un dogma religioso que estaba causando estragos en la sociedad y en la salud de las personas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la evolución de este pensamiento positivo y su éxito indiscutible en la sociedad, le han acercado de manera alarmante a las tesis calvinistas que tanto se esforzó en combatir. "El pensamiento positivo ya no era sólo un bálsamo para los angustiados o una cura para los que sufrían de dolencias psicosomáticas. Empezaba a ser una obligación que se les imponía a todos los estadounidenses adultos". Al final, al radicalizarse, tanto el pensamiento positivo como el calvinismo han acabado compartiendo la necesidad de adoptar una actitud determinada condenando y estigmatizando a aquellas personas que adoptan cualquier otra actitud.
Los expertos dicen que el pensamiento positivo nos hace más felices, y que la felicidad nos lleva a tener mejor salud. Si adoptamos el pensamiento positivo, no sólo tendremos más éxito en nuestra vida privada y en nuestro trabajo, no solamente cumpliremos más deseos y seremos más ricos, también viviremos más años. Martin Seligman, el gurú de la psicología positiva, al inicio de su libro La auténtica felicidad, declara sin ambages que las personas felices viven más años y tienen mejor salud que las infelices. Sin embargo, los estudios longitudinales realizados sobre la incidencia de la felicidad en la salud se limitan, en el mejor de los casos, a establecer correlaciones y no causas. ¿Las personas están sanas porque son felices, o son felices porque están sanas? Y, además, ¿cómo se mide la felicidad? Generalmente se acepta la definición de la felicidad como el grado de satisfacción con su propia vida. Y aquí es donde la psicología positiva muestra su debilidad, no ya como ciencia, lo cual es obvio, sino como sistema válido para promover la felicidad en las personas. Según Seligman, las circunstancias que rodean a la vida de una persona no tienen una incidencia significativa para la consecución de la felicidad. Debemos mirarnos hacia dentro, ajustar nuestra mentalidad, controlar nuestros pensamientos negativos, estar alertas, sonreír, ser positivos siempre para ser felices. Que estemos en paro, vivamos en un basurero de Nueva Delhi, tengamos cáncer en fase terminal o nos desahucien de nuestra casa es lo de menos.
Pero no es un despiste ni un olvido de un empresario millonario estadounidense jugando con métodos pseudocientíficos a decirnos cómo ser felices. No, ni mucho menos. La psicología positiva, lejos de promover mejoras sociales que favorezcan las circunstancias para que la gente pueda ser más feliz, se alinea directamente con la patronal. De hecho, el propio Seligman rechaza explícitamente el cambio social, afirmando que "cambiar las circunstancias generalmente no sirve para nada y sale caro".
A mí me parece excelente que se promuevan la alegría y los pensamientos positivos. De hecho, me encantaría que la gente tuviera las condiciones necesarias para vivir mejor y tener motivos de celebración continuos. A mí tampoco me gustan los gruñones y los quejicas, que deambulan por el mundo sembrando su insatisfacción crónica en los demás. Pero adoptar un pensamiento positivo como norma, como norma individual y como norma social, en las relaciones humanas y laborales a gran escala, me parece terriblemente peligroso. Y además, creo que denota una ansiedad y una inseguridad galopantes. Si de verdad estamos más o menos conformes con nuestra vida, ¿por qué deberíamos reprimir y censurar cualquier pensamiento que no fuera positivo? Y si no lo estamos, ¿no deberíamos canalizar nuestros esfuerzos en modificar las circunstancias que lo impiden en vez de autoengañarnos con la ilusión de que con el mero control de nuestro pensamiento vamos a poder cambiar la realidad?
En este libro, Barbara Ehrenreich critica de una manera elegante e incisiva la tiranía del pensamiento positivo, y cómo la moda de sonreír y ver una suerte u oportunidad en cada circunstancia de la vida anula el pensamiento crítico, desprecia la percepción racional de la vida y nos convierte en esclavos de un sólo punto de vista sobre la realidad.
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