
Por fortuna, Esperando el alba se deja leer de todas las maneras. Estos días de septiembre ningún librero que tenga colegios cerca puede en su sano juicio dedicar muchas horas al día a leer, así que he leído este libro a cucharaditas de veinte o treinta minutos, pequeños ratitos robados a los horarios frenéticos de la temporada. Y me ha parecido una delicia.
Estamos en 1913, en Viena, la ciudad del psicoanálisis, del arte de vanguardia, de un imperio en descomposición. La ciudad donde el suicidio es noble y la decadencia una exquisitez. Nuestro protagonista, Lysander Rief, es un joven actor inglés que visita la ciudad en busca de un tratamiento para un trastorno sexual. En la antesala de su psicoanalista se encuentra con una misteriosa joven llamada Hettie Bull que será la solución para su íntimo problema y a la vez el inicio de una serie de increíbles intrigas políticas en las que tendrá que utilizar una y otra vez su ingenio de actor para salir indemne. Se convertirá en espía, recibirá heridas físicas y sentimentales que dejarán profundas cicatrices, ideará huidas bajo disfraces inverosímiles, luchará a su pesar en varios frentes de la guerra, se cruzará en el camino de hermosas damas y tendrá en sus manos el inmenso poder de los secretos ajenos.
Entretenido, ligero, intrigante, la prosa es de una fluidez maravillosa y describe muy bien un continente abocado a una guerra que cambiaría para siempre la idea de progreso e invulnerabilidad. Un libro de aventuras como los de antes, una novela de espionaje y suspense escrita con esa elegancia británica tan eficaz y reconfortante. Un libro que transcurre casi siempre de noche, en esas horas que se llenan de preguntas y que no nos dejan dormir, las horas en las que todos los azares y las casualidades de nuestra vida confluyen para interrogarnos sobre el sentido de nuestros actos, sobre el poder y la responsabilidad que tenemos sobre ellos, y que nos sorprenden abriendo y cerrando las ventanas, buscando respuestas, trazando planes, ahuecando las almohadas, con los ojos bien abiertos. Esperando el alba.
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