jueves, 30 de octubre de 2025

CAÍDA DE LAS NUBES

¡Cómo se puede decir tanto con tan poco! Es algo que me fascina de este libro. Ya me pasó lo mismo con su anterior novela, Como bestias, un prodigio de obra coral que alternaba interrogatorios policiales con un misterioso coro para crear un moderno y poderoso cuento de hadas rural. Y ahora, en Caída de las nubes, aquel enfoque fragmentario se potencia con párrafos cortos de siete personajes que cuentan cada uno su versión de la historia de una mujer que ha dado a luz sin parecer embarazada. Cada uno con su registro lingüístico, con su empatía y su prejuicio, dan cuenta de su sorpresa y su recelo. Y la autora propone, en lo que parece un guiño encantador a la Rayuela de Cortázar, dos formas de leer esta historia: la convencional, del principio al fin; o por personajes, saltando al párrafo indicado con un número. 

Yo decidí hacer la lectura convencional, que exige al principio algo más de esfuerzo para identificar la voz de cada personaje. Y al terminar la última página, no pude resistirme a volver a empezar de nuevo desde el principio de la manera alternativa. ¡Y es como leerla de nuevo con otros ojos! La misma historia, pero ahora acompañando más de cerca a cada personaje. Sintiendo más su inmediatez, su fragilidad. Me ha parecido un tesoro esta historia. La única lástima es que son solo 131 páginas. Me habría gustado seguir y seguir y descubrir qué pasa con esta mujer desconcertada por su propio bebé, y ese ogro amable que me ha robado el corazón, y ese pueblo volcado en formar parte de su propia leyenda, y esa médica enseñándonos que todos necesitamos un tiempo distinto para permitirnos sentir y vivir lo que nos sucede. 

Violaine Bérot ha escrito una historia dura, amable, desconsolada, feliz, abrumadora, sencilla y compleja. Por momentos, hace gala de una humildad noble que conmueve, de una grandeza de espíritu en pequeños detalles que expresa una delicadeza abrumadora. Ya tiene un lugar privilegiado en mi estantería esta historia que aprieta y reconforta el corazón. 




lunes, 27 de octubre de 2025

HEREJÍA

La pasión por adoctrinar y censurar está presente en toda la historia de la humanidad. Pero el auge del cristianismo en la época clásica fue uno de sus momentos más intensos. Y durante mil setecientos años ha marcado a sangre y fuego la forma de pensar —y de no poder pensar— de generación tras generación en Occidente, hasta hoy.  

Mientras que en su anterior ensayo, La edad de la penumbra, Catherine Nixey documentaba la destrucción de la cultura clásica que provocó el auge del cristianismo a partir del siglo IV, en Herejía nos cuenta cómo las creencias y las ideas fueron silenciadas de forma violenta, en especial aquellas que explicaban los inicios del cristianismo y la figura de Jesús de maneras distintas a la normativa. Nos cuenta también las formas en que las personas se vieron obligadas a silenciarse a sí mismas para sobrevivir. Cómo primero algunas cosas no se podían escribir, luego no se podían decir y, finalmente, no se podían pensar. Cualquiera que sepa lo que es vivir en una dictadura, ya sea en su país o dentro de su propia familia, lo sabe bien. 

«El historiador E. H. Carr escribió que "los hechos históricos se asemejan a los peces que nadan en un océano anchuroso y aun a veces inaccesible; y lo que el historiador pesque dependerá en parte de la suerte, pero sobre todo de la zona del mar en que decida pescar". Durante muchos siglos fue habitual que los historiadores cristianos no dedicaran mucho tiempo a pescar en las aguas en las que pudieran encontrar salvadores alternativos o relatos de un Jesús asesino, y desde luego pocas veces decidieron presentar esa pesca a sus lectores. A decir verdad, la ausencia de esas historias se debe también, en parte al menos, a causas más siniestras. Muchas de las historias que se cuentan en este libro fueron enterradas, en algunos casos literalmente, cuando el cristianismo accedió al poder. Como proclamaban las atronadoras palabras de una ley del siglo IV, en aquel mundo recién cristianizado el debate público de la religión debía cesar por completo, y quienes siguieran discutiendo en público la religión pagarían "semejante crimen de alta traición con su vida y con su sangre"». 

«En el fondo de esas persecuciones se hallaba el nuevo concepto cristiano de herejía. Herejía procede del verbo griego hairéo, que significa escoger. La forma "herejía" —haíresis— significaba simplemente algo que se elige, elección. En el mundo griego precristiano herejía había sido un término con connotaciones positivas; usar el intelecto para elegir opciones con talante independiente era considerado entonces algo bueno. Pero la palabra no mantuvo ese valor positivo. Un siglo después del nacimiento de esta nueva religión, la elección para los cristianos ya no era un atributo loable, sino que se había convertido en un veneno». 

A pesar de que Catherine Nixey escribe siempre sobre los inicios del cristianismo y su impacto en la cultura clásica, una época especialmente intolerante y siniestra, sus libros son deliciosamente irónicos. En este nos regala anécdotas impagables sobre las pequeñas miserias de unos señores que se llamaban a sí mismos apóstoles y que pretendían convencer de las bondades de su dios vendiendo sus milagros como si fueran vulgares hechiceros. Resulta estimulante leer las opiniones que algunos pensadores no cristianos tenían de la biblia en la época clásica, aquel texto «necio y delirante» rebosante de «detalles estúpidos, disparates, ridiculeces inconcebibles e historietas manidas que ninguna persona razonable se creería». Como dijo Celso, filósofo griego del siglo II, el tipo de cosas que «aun una vieja borrachuela se avergonzaría de canturrear para adormecer a un niño». Pues, al fin y al cabo, un nacimiento milagroso, antecedentes divinos, resurrección de entre los muertos, descripciones del infierno, juicios públicos, moralidades varias, ascensión al cielo, una fiesta sagrada el 25 de diciembre, un diluvio universal con un arca salvadora, ¿qué eran sino elementos vistos una y otra vez en religiones de todo tipo desde la epopeya de Gilgamesh dos mil quinientos años antes? Una religión que se autoproclamaba nueva y definitiva en la historia de la humanidad presentaba como texto sagrado un torpe refrito truculento de cultos y religiones preexistentes. 

Frente a la ignorancia soberbia, la intransigencia violenta y el cerril fanatismo que están en las bases de la religión cristiana, afortunadamente en el siglo XXI podemos estar orgullosos de unas sociedades en buena medida liberadas de sus yugos. Solo falta resignificar la palabra herejía volviendo la vista a los antiguos griegos para reconocernos en la libertad de escribir, hablar y pensar, reconocernos como sujetos con libre albedrío, felices de poder elegir por nosotros mismos, es decir, como felices herejes




jueves, 23 de octubre de 2025

ALGÚN DÍA TODO EL MUNDO HABRÁ QUERIDO ESTAR SIEMPRE EN CONTRA

Hay gente (mucha gente normal —amigos, cuñados—, y mucha gente que manda mucho) que dice que no hay alternativa. Que Israel tiene derecho a defenderse. Que Israel es la frontera del mundo civilizado. Dicen: si Israel deja de hacer lo que está haciendo entonces nos invadirán los bárbaros. Dicen: no hay alternativa. La alternativa es la barbarie. Es decir, «la alternativa a los innumerables muertos, lisiados, huérfanos, a los que se quedan sin casa, sin escuela, sin hospital, gritando sepultados bajo las ruinas, a los cuerpos devorados por los buitres y los perros, y a los recién nacidos abandonados que gritan y se mueren de hambre, es la pura y llana barbarie». 

Hay gente (mucha gente normal —padres, compañeros de trabajo—, y mucha gente que manda mucho) que dice que lo que hace Israel en Gaza es proteger el mundo civilizado. Protegernos a nosotros. Y para protegernos parece necesario —así lo defienden— quemar bibliotecas, bombardear hospitales, incinerar olivares, disfrazarse con la lencería de las mujeres a las que han expulsado de sus casas y luego sacarse fotos, arrasar universidades, disparar a niños por tirar piedras, «partirle los dientes a un hombre y meterle una escobilla de inodoro en la boca». Si no hacemos esto —así lo defienden—, nuestro mundo civilizado podría estar en peligro. Nuestro mundo civilizado. 

«No es este un relato de esa carnicería, pero a su manera debe abordarla, aunque solo sea para mantener la función más lastimosa y necesaria de la presenta obra: dar testimonio. Este es el relato de algo más, algo que, para toda una generación no solo de árabes, musulmanes o personas de piel oscura, sino para todo tipo de seres humanos de todos los rincones del mundo, cambió fundamentalmente en esta época de horror perfectamente evitable. Este es el relato de una fractura, de una refutación de la idea de que el liberal occidental educado luchó alguna vez por lo que se ufana de haber defendido». 

El genocidio de Gaza ha puesto en evidencia una vez más —quizá de forma definitiva— que los derechos humanos no son ideas universales, sino que están sujetas al capricho y a los intereses económicos e ideológicos de la minoría que ostenta el poder. Una minoría que, en un futuro no muy lejano, después de haber apoyado explícita o implícitamente el genocidio de Gaza, defenderá a capa y espada haber estado siempre en contra y se lamentará de lo que para entonces se habrá convertido, en el mejor de los casos, en una simple tragedia sin culpables. Una minoría poderosa que dice: «Lo sé. Lo sé, pero no haré nada mientras eso me beneficie. Solo después, cuando deje de beneficiarme, entre desgarradores sollozos, proclamaré mi dolor por haber permitido que algo así ocurriera. Y vosotros, todos vosotros, incluso los muertos en sus tumbas, toleraréis mi olvido ahora y mi arrepentimiento después, porque lo que me permite ambas cosas no es, en definitiva, un sutil argumento de lógica o de primacía moral, sino la contundencia del cañón de una pistola».

La humanidad compartida desaparece si al otro lo percibimos como parte de otro colectivo diferente. Nuestro creciente tribalismo hace que no estemos dispuestos a defender más que a los nuestros. Y, como no dejamos de inventar enemigos por todas partes, los nuestros son cada vez menos. 

Occidente ya no es un ejemplo de liberalismo, de democracia, de derechos humanos. Para millones de personas, lleva mucho tiempo siendo un ejemplo de hipocresía criminal. Si no lo era ya, Occidente se ha vuelto en este siglo XXI, abiertamente y sin escrúpulos, un promotor y defensor de asesinos genocidas. Y cabe preguntarse: ¿Nos sorprenderemos si en un futuro hay represalias? ¿Si la respuesta de toda una generación de millones de víctimas del terrorismo occidental es negarse a poner la otra mejilla? En el caso de que la violencia que Occidente lleva años sembrando en Gaza se vuelva un día contra Occidente, contra nuestras democracias fragilizadas, contra nuestras escuelas, hospitales y niños, ¿a quién culparemos?

No hace falta leer libros como este para que la información sobre Gaza nos termine abocando al desaliento. ¿Qué podemos hacer desde aquí? ¿Cómo protegernos de la complicidad con el genocidio de la inmensa mayoría de los gobernantes occidentales? Vivimos en un sistema más violento, más irascible e intransigente que cualquier protesta ciudadana que podamos imaginar. Y en este libro dolorido y valiente, Omar El Akkad nos insta a no perder la esperanza. En palabras de la poeta palestina Rasha Abdulhadi, nos insta a actuar: «Estés donde estés, eches la arena que eches en los engranajes del genocidio, hazlo ya. Si es un puñado, lánzalo. Si es la que llevas metida debajo de la uña, quítatela y lánzala. Estorba cuanto puedas». Todo cuenta. 




lunes, 20 de octubre de 2025

LA LUNA DE LAS SIRENAS

«Marta y María eran amigas
y se querían muchísimo. 
Marta era una sirena y vivía en el mar. 
María era una niña y vivía en la tierra». 

María miraba el mar desde su ventana y se imaginaba mil aventuras submarinas con su mejor amiga. 
Marta miraba el pueblo de pescadores desde su cueva bajo el mar y se imaginaba mil aventuras terrestres con su mejor amiga. Todos los días se encontraban en un punto intermedio para jugar, María en la superficie y Marta bajo el agua. Buscaban tesoros y jugaban con delfines. Pero lo que de verdad quieren es pasar todo el tiempo juntas. ¿Cómo harán para lograrlo?

Este precioso cuento nos habla de la magia de las sirenas, de la capacidad de la imaginación para volar más allá de lo imaginable y de una noche mágica donde todo puede ser posible mientras la luna esté ahí para brillar sobre las cosas y las personas. 




jueves, 16 de octubre de 2025

HASTA QUE EMPIEZA A BRILLAR

Andrés Neuman escribe como quien mira por la ventana y echa a volar. Ya me lo pareció con el primer libro suyo que leí, Umbilical, un relato delicadísimo sobre su inminente paternidad. Y lo he vuelto a pensar con esta vida de María Moliner, cuando se cumplen ciento veinticinco años de su nacimiento, contada desde la ternura y el humor, desde la calidez poética con la que se rinden los mejores homenajes. 

Muchos conocemos a María Moliner por el famoso diccionario, pero su vida no se reduce a la consecución de aquella proeza. La joven María pasó su infancia y juventud intentando salvar el abismo entre sus muchas lecturas y su escaso presupuesto. ¿Qué hacer con la ambición cuando se carece de recursos? La libertad venía disfrazada con el vestido inalcanzable del dinero. Y de los viajes y una educación cuyo camino, como mujer, estaba cruzado de continuos y agotadores obstáculos. 

En la breve semblanza La cuidadora de palabras, de Alejandro Pedregosa, aprendí que María fue profesora desde la adolescencia y pronto aprendió que enseñar y aprender son dos caras de una misma moneda. Y que hay pocas cosas más bonitas que desmontar una lengua para mostrarla por dentro, con todos sus secretos mecanismos, tan misteriosos, como una caja de música siempre lista a transmitir belleza.

«¿Cómo no iba a ser útil la lectura si mejoraba la vida cotidiana, si fundaba una soledad asociativa, si ofrecía más experiencias de las que nos tocaban en suerte, si ampliaba nuestras identidades, nuestro conocimiento del prójimo y nuestro concepto mismo de la realidad, si nos permitía comunicarnos con otras épocas, otros lugares, otras lógicas, e incluso hablar con muertos?».

Después de la guerra civil vino el exilio interior. Las ventanas que ya solo se abren para regar sus geranios. La lectura como escape y como refugio. Y, poco a poco, la idea loca que la haría famosa, y que la tuvo dieciséis años redactando fichas en la mesa del salón de su casa, «acumulando hojas y hojas con la fe de que algún día serían bosque». María Moliner logró lo impensable. Cuando inició su proyecto nadie creía que lo pudiera llevar a término. ¿Quién escribe un diccionario? ¿Qué mujer escribe un diccionario? Y, después, la recompensa enorme, que a veces llegaba de la forma inesperada: «Muchas lectoras parecían haber adoptado su diccionario como algo más que un libro de consulta: para ellas tenía cierto carácter de manifiesto cotidiano, de rebelión secreta. Quizá era una forma de recuperar, palabra por palabra, todo el lenguaje que les habían quitado». 

La vida de María Moliner proyecta en nuestro presente ecos de absoluta actualidad. «Quienes recomendaban no politizar la lengua solían hacer justo lo contrario, avalando silencios y promoviendo olvidos. Si nombrar con propiedad constituía una actividad sospechosa, entonces la lexicografía se merecía pasar enterita a la clandestinidad». Y la voz de Andrés Neuman nos la trae con toda su fragilidad y complejidad, con sus contradicciones y su fortaleza. Como quien mira por la ventana y, mientras riega sus geranios, echa a volar. 





lunes, 13 de octubre de 2025

EL BARMAN DEL RITZ

Mientras que en París reina el frío y el hambre, el bar del Ritz funciona como siempre. El hotel pone carteles de completo todos los días. En una atmósfera caldeada, alemanes y franceses ríen, beben, brindan, bailan, ajenos a la hecatombe que les rodea. Es el búnker del glamour, una cápsula del tiempo que parece detenido, pero que no lo está. Basta mirar con detenimiento las miradas de ciertos camareros, o del barman que sirve con impecable cortesía un cóctel tras otro a esos hombres en uniforme que no dudarían ni un segundo en mandarlo al exterminio en un vagón de ganado si supieran su secreto. 

El barman del Ritz se llama Frank Meier y es hijo de un doble exilio: exiliado de su país natal, el Imperio Austrohúngaro, por algo que se podría llamar asfixia moral; y exiliado de su clase social por pasarse la vida intimando con una clase alta a la que nunca podrá pertenecer. Pero, además de su doble exilio, cuando entran los alemanes en París en junio de 1940, comienza un tercer exilio: el de pertenecer a la comunidad más perseguida de aquellos años y decidir vivir una vida clandestina en plena luz del día. 

Frank Meier me ha recordado por momentos al inolvidable conde Rostov de Un caballero en MoscúAl igual que Rostov, su vida está al borde del abismo constantemente y tiene el don de caminar por ese borde con elegancia y despreocupación. Parece que ha pasado su vida inventándose vidas paralelas para escapar de la angustia de las desilusiones, pero algo en su interior se ha mantenido inconmovible: la capacidad de mantener la cordura y el equilibrio en medio del desastre más terrible. Más prosaico y menos fantasioso que el conde ruso, quizá, el protagonista de esta novela tiene el atractivo añadido que existió de verdad. Y Philippe Collin ha recreado lo que pudo ser su vida de una forma espléndida. 



 

jueves, 9 de octubre de 2025

LA ERA DE LA REVANCHA

Poco a poco vemos cómo el universalismo de los derechos humanos y de la democracia va perdiendo peso frente a la importancia creciente de la soberanía de los Estados. Vemos cómo los derechos de los países, es decir, los derechos de sus gobernantes, se ponen una y otra vez por encima de los derechos de las personas. El nacionalismo es el catalizador de este vuelco en los derechos humanos, pues prioriza el supuesto interés nacional sobre otros, sean individuales o internacionales. Parece que el siglo XXI ha traído el fin del progreso, hemos perdido la confianza en que el futuro siempre aportaría la posibilidad de avances sociales. Y este breve ensayo de Andrea Rizzi explica cómo la voluntad revanchista está detrás de algunas de las lógicas de este declive de la democracia y de los derechos humanos en todo el mundo. 

Por momentos me ha recordado a La tiranía del mérito, de Sandel, respecto al resentimiento de las clases desfavorecidas que han visto cómo perdían referentes, cohesión, estabilidad económica y estatus social y han encontrado en una élite cosmopolita gobernante totalmente desconectada de la realidad de las clases trabajadoras la diana de sus quejas. 

Rizzi sostiene que vivimos en «una época en la que prosperan la desinformación y la política identitaria y emocional, elementos básicos en la conformación del revanchismo. La era de la revancha es el tiempo de la gran hipnosis, uno en el cual regímenes autoritarios y populistas inducen de forma metódica, con una capilaridad nunca conocida antes gracias a los avances tecnológicos, un creciente estado de somnolencia del discernimiento, en el que las mentiras y las sugestiones sumergen a los hechos». 

Pero, además de revancha de las clases desfavorecidas occidentales contra las élites que las han gobernado en las tres últimas décadas, que decían defender sus derechos mientras se desentendían de sus problemas, también asistimos a una revancha de países como Rusia, China o Irán, que en algún momento de los últimos dos siglos perdieron su estatus de gran potencia para verse humillados por los países occidentales y que ahora buscan recuperar de alguna manera las posiciones de preeminencia que tuvieron. 

Andrea Rizzi ha escrito un libro compacto y urgente que analiza la deriva autoritaria en la que vivimos y ofrece claves para contrarrestar los efectos más perniciosos en las personas de todo el mundo que la sufrimos. 


lunes, 6 de octubre de 2025

EL DIOS DE LOS BOSQUES

Años setenta. Unas colonias de verano al norte de Nueva York. Los bosques de los Adirondack como escenario idílico. Los bosques como hogar. Y como amenaza. Pues en esos bosques se encierra un secreto. Una desaparición que revolucionó a todo un pueblo. Quinientas personas buscando a un niño perdido durante días. Una familia poderosa víctima de la tragedia. Un dolor brumoso del que ya nadie se atreve a hablar. Y ahora todo vuelve al presente con otra desaparición con el bosque como protagonista. 

Liz Moore describe muy bien las dinámicas de los campamentos de verano de los adolescentes. La fingida inocencia. La ebullición de inseguridad y anhelo indefinido. La forma que tienen de afrontar una desaparición abrupta que resucita otra ocurrida una década antes. Y cómo todos cuchichean sobre la noticia de un asesino recién fugado de la cárcel que añora sus bosques. 

«Un engaño tan grande como aquel traería consecuencias que no podían prever. Era algo que le había inculcado su padre, cuando estaba instruyéndolo para hacer de guía: en el bosque, cada decisión que tomes será irreversible, y a veces catastrófica. Olvidarte la brújula. Girar por donde no debes. Encender un fuego desafiando a la sequía. Podía decirles que no estaba dispuesto a seguirles el juego y marcharse. Pero, si lo hacía...». Si lo hacía, las consecuencias podían ser incluso peores. 

El dios de los bosques es un thriller psicológico muy bien construido con tramas superpuestas sobre la soberbia de una familia que cree que lo merece todo y una comunidad cuya paciencia tiene un límite. Hay muchos matices emocionales, mucha riqueza en la descripción de los personajes. Y los personajes femeninos tienen una vitalidad contagiosa en una sociedad que les pone todas las trabas para que puedan expresarse y desarrollarse con libertad. Una de las novelas de intriga que más me han gustado este año. 



jueves, 2 de octubre de 2025

CÓMO SE LE DICE ADIÓS A UNA MADRE

Puede que escribir a una madre sea «como cantar con los ojos cerrados». No lo sé. Lo es para Uxue Razquin. También puede ser como querer olvidar a toda costa. O como querer recordar a toda costa. El duelo es un péndulo entre la memoria y el olvido, una oscilación continua entre dos necesidades incompatibles que no permite descansar. La autora de este librito, minúsculo en su tamaño e inabarcable como cualquier duelo, se interna con una delicadeza asombrosa en los pasadizos de la muerte. Y nos regala un libro lleno de amor. 

Pienso que la vida es fragmentaria. Vivir es ir habitando fragmentos. Pedacitos de experiencias que luego olvidamos, perdemos, atesoramos, estropeamos y embellecemos para mantener cierta cordura. Para tratar de parecernos a ese personaje que proyectamos ante los demás. Recordar es recuperar los fragmentos de lo vivido y reconstruir una historia, un dibujo, rellenando los huecos con la imaginación. Recordar es inventar. Inventar para habitar la memoria. 

Decirle adiós a una madre también es traerla de vuelta. Las palabras sirven para eso, en el mismo gesto pueden despedir y resucitar. A veces una persona nunca está tan viva, tan presente, como cuando la invocas. Pero es una presencia traicionera. Se esfuma en cuanto la palabra enmudece. Y ya no vuelve. Desaparece, se desintegra, como una mariposa cuando muere, vas a recogerla y es solo polvo, una sombra en los dedos. 

Uxue Razquin cuenta el duelo por la muerte de su madre con palabras contenidas. Palabras que rodean su llanto con una cuerda, hacen un nudo y aprietan. Y luego con palabras sueltas, torrenciales, que raspan y arrastran por caminos que casi todos hemos recorrido alguna vez. Palabras que iluminan caminos que la mayoría hemos recorrido sin querer mirar. Sin saber mirar. 

«¿El trauma tiene que ser instrumental? ¿Tendría que haber aprendido algo? Esta experiencia no me ha hecho más fuerte». No es fácil escribir desde una desnudez como esta. Desde una vulnerabilidad así. Las palabras adquieren significados más grandes. Palabras como culpa, alivio, enfado, miedo, desconsuelo, risa, extrañeza. Son las mismas de siempre. Tan reconocibles. Y, al terminar la última página, tan nuevas.