Como tanta gente, crecí con la idea de que leer libros te hacía más inteligente. Había un objetivo en todas esas horas pasando páginas. Formarse un criterio. Ser más culto. Más sabio. Mejor. Y, por lo tanto, había que escoger los libros que te dieran esa sabiduría y ese criterio. Clásicos, por supuesto. Pero también todo aquello que alimentara la frondosa selva intelectual que toda persona de bien debía tener dentro de su cabeza. El placer venía siempre después. Venía de haber leído, de haber atesorado lecturas, apuntándolas en fichas con el placer de los viejos avaros que se frotan las manos mientras ven crecer sus pilas de monedas de oro.
Crecí con la idea de que leer para entretenerse era una pérdida de tiempo. Algo así como ponerse delante de la tele y hacer zapping para ver qué hay. ¡Horror! Leer era un acto de voluntad para sumar conocimiento. Y todo lo que no suma es una herejía en cualquier contabilidad lectora. El placer por el placer, qué subversión tan poco capitalista.
Me he zampado casi del tirón la trilogía de la asistenta diciendo que era mi placer culpable. Pero la verdad es que no sentía culpa ninguna. ¿Que no me ha aportado más conocimiento? Quizá. ¿Que no he salido de la lectura más sabio, más culto o mejor? Quizá. ¿Que no he añadido ninguna ramita a la selva de mi cabeza? ¿Y? Me lo he pasado requetebién: ¿para qué pedirle más a un libro?
Varias personas se han quejado en la librería de lo malos que son. Hablan de calidad literaria, de estilo. Y yo me pregunto: ¿te quejarías de que no tienen un foie gras al punto en la tapería vegana con dos mesas que han abierto en la esquina de tu barrio? ¿Por qué no pruebas algo de lo que sí ofrecen y te dejas sorprender? A ver si el problema va a ser una expectativa desubicada y no una oferta no cumplida.
Yo me quedo con la capacidad que tiene Freida McFadden de hacer que se pare el tiempo y que ninguno de estos libros te dure más de dos días. No es tan fácil hacer eso. Con un estilo desenfadado, ligero, con un humor mordaz que engancha y una trama intrigante al estilo de Perdida, de Gillian Flynn, o Big Little Lies. Y, por supuesto, con los temas que trata: manipulación psicológica, perversión, luz de gas, clasismo salvaje, psicopatía, y, por encima de todo, una heroína de novela que me ha recordado, en su afán por vengar la violencia contra las mujeres, a aquella inigualable Lisbeth Salander.
No hay comentarios:
Publicar un comentario