La distopía parece ser un género literario inagotable. Desde el ineludible 1984 de George Orwell hasta el tremendista El cuento de la criada de Margaret Atwood, pasando por los juveniles Juegos del Hambre de Suzanne Collins hasta la recientísima Todo va a mejorar de Almudena Grandes. Todas las que recuerdo haber leído exploran las formas que tiene el poder político de servirse de una catástrofe para imponer su autoridad sobre una población a través del miedo y el señalamiento de un enemigo. En este caso, el enemigo es China, y todo lo asiático pasa a considerarse no solo sospechoso sino chivo expiatorio de todos los males y diana propicia en la que descargar la ira ciudadana por la decadencia social.
La distopía parece ser un género inagotable, y la nueva novela de Celeste Ng demuestra cómo ensanchar sus límites a través de la delicadeza. "Cada vez que lee su nombre, su antiguo nombre, una puerta en su interior se entorna y deja pasar una corriente de aire". Hay sensibilidad en cada página. Una sensibilidad herida por un mundo que se ha vuelto patas arriba sin que nadie sepa muy bien cómo. Un mundo que resuena tenebrosamente en nuestra realidad diaria, un mundo erizado de banderas por todas partes, colgando de todos las instituciones y porches privados como hachas levantadas.
Este mundo dice aplicaos al máximo y obedeced las reglas. Dice no queremos que os pase nada, es por vuestro bien. Este mundo dice o estás con nosotros o contra nosotros, y ten claro que perseguiremos sin piedad a cualquiera que intente salirse de nuestro camino. En este mundo vive un niño de doce años que ha perdido su nombre. Que ha perdido a su madre. Pero que no está dispuesto a dejar que las cosas sigan su curso sin más. Tiene muchas preguntas. Necesita saber. Aunque las respuestas le lleven al centro del peligro.
Esta novela describe muy bien cómo las crisis cambian los relatos que nos describen. Poco a poco, o a veces muy rápido, empezamos a identificarnos de otro modo. O a buscar otras ideas, otras afinidades en las que refugiarnos, en las que mantener a salvo nuestra identidad. Nos replegamos. Personas afables se crispan y dejan de saludarnos. Los grupos de whatsapp se vuelven trampas en las que cualquier broma es un insulto y una excusa para soltar un mitin. Lo difícil es ver cómo se solidifican esos relatos. Cómo nos atrapan sin remedio en espacios cerrados, en marcos estrechos de los que luego es muy complicado y doloroso salir.
Me ha gustado mucho el amor por las palabras de los protagonistas. Por su origen y su evolución y su estructura (Ethan, padre lingüista). Y también por la belleza que puede brotar de ellas si se las trata con cariño (Margaret, madre poeta). Y cómo Bird recuerda los cuentos que le contaba su madre. Ese popurrí de historias locas e incansables e interminables que diferencian las infancias normales de las extraordinarias. "Le llenaba la cabeza de sinsentidos, de misterio y de magia, tallando un espacio para el asombro. Un refugio en ese edén que habían perdido".
Si "spirare" significa respirar y "cum", con, o en compañía, entonces conspirar literalmente podría ser "respirar en compañía". A veces la literalidad es donde se unen la etimología y la poesía.
Hay muchas formas literarias de escribir distopías. Furibundas, políticas, panfletarias, apocalípticas. La forma que ha elegido Celeste Ng es poética, lírica y delicada. Corazones perdidos es una novela pausada, tranquila, algo que quizá sorprenda a quienes acostumbran a leer distopías como thrillers que avanzan a toda mecha y dejan sin aliento. Hay un detalle especial por lo pequeño, lo frágil. Y no deja de ser una novela profundamente política y una crítica feroz a las leyes que separan a niños de sus familias, actualmente en vigor en muchos lugares del mundo, especialmente en Estados Unidos.
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