Esta historia empieza con unas preguntas que empezaron a hacerse alumnos de todo el mundo a partir de los años cincuenta. ¿Cómo pudo ocurrir el holocausto? ¿Cómo sesenta millones de alemanes pudieron permitir que su gobierno hiciera lo que hizo? ¿Cómo no se rebelaron? ¿Cómo pudieron decir después que no sabían nada? ¿Cómo un gobierno puede asesinar a millones de personas sin que la gente lo sepa? Son preguntas que se han venido repitiendo desde entonces y que aún ahora siguen brotando espontáneamente en la mente de cualquier adolescente inquieto que se entere por primera vez de lo que hicieron los nazis. Preguntas que han perturbado a filósofos, psicólogos, sociólogos y pensadores de todo tipo durante décadas, desde Hannah Arendt hasta Stanley Milgram. Preguntas que, en un instituto californiano en los años sesenta, un profesor llamado Ron Jones trató de contestar de una forma poco convencional.
Esta historia empieza en Palo Alto en 1967. Después de ver un documental sobre los horrores de la Alemania nazi, y ante la dificultad para responder las preguntas escandalizadas de su grupo de estudiantes, el profesor de historia puso en marcha un experimento. Creó La Ola. La Ola eran ellos. La clase. Un grupo elegido. Con un saludo especial, unas normas concretas y una cohesión sin fisuras. A través de la disciplina creó rapidísimamente un sentimiento de comunidad. Al principio como juego. Y enseguida como algo mucho más serio. Más profundo. Más fuerte.
La Ola era un grupo con carisma. Durante una semana, la Ola les dio fuerza a los que se sentían débiles. Autoestima a los que no creían en sí mismos. Les dio un motivo para sentirse orgullosos a los que no creían en nada. La Ola levantó al peor de ellos y lo colocó junto al mejor, igualándolos a los dos en la aspiración a la excelencia. La Ola fue su propósito, su motor, la adrenalina que les hacía invencibles. La Ola fue su comunidad. Dentro se sentían parte de algo más grande que ellos mismos. La Ola les daba una identidad superior. Ya no tenían que luchar por su lugar en el mundo. La Ola era su movimiento, su equipo y su causa. Su razón para todo.
Al cabo de una semana, la Ola se había expandido por buena parte del instituto. Todo el mundo quería formar parte de la Ola. Todo el mundo quería sentirse especial, estar dentro del movimiento, formar parte de los elegidos. Y todo el mundo, también, empezó a mirar mal a los que no querían entrar. Al principio con incredulidad. Luego con desprecio. Y al final, directamente con odio. Estar dentro ya no sólo era guay. Ahora era obligatorio. Y si te negabas, ya podías esconderte, no fuera a pasarte algo malo.
Al cabo de una semana, el profesor tuvo que poner fin a un experimento que se le había ido totalmente de las manos. Y los alumnos guardaron silencio sobre lo que había pasado. Miraron hacia otro lado. La Ola quedó enterrada bajo toneladas de vergüenza colectiva durante años. Al cabo del tiempo, los alumnos empezaron a mirar hacia atrás con asombro. No entendían cómo habían podido pasar por eso. Cómo habían podido seguir a ciegas a alguien por la pertenencia a un grupo que los anulaba como personas y les cegaba ante su propia responsabilidad.
En 1981, Todd Strasser recreó la historia real de los alumnos de Ron Jones en esta novela breve que se lee en un suspiro y que cuenta una historia universal sobre nuestra aterradora maleabilidad. Una historia que se haría todavía más famosa con la película alemana homónima de 2008 basada libremente en esta historia.
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