lunes, 14 de octubre de 2019

LA DIVINA COMEDIA DE OSCAR WILDE

Oscar Wilde me resulta irresistible. Le quiero como a esos amigos especiales a los que admiras sin preguntarte por qué, a los que perdonas cualquier vicio o impertinencia y que defiendes de cualquier crítica, sea justificada o no. Le tengo una devoción rayana en la obsesión. Mi madre, desde la trastienda, me pregunta qué obra suya me gusta, cuál le recomendaría. Y mi primer impulso es encogerme de hombros. Qué más da. Oscar Wilde es más que sus obras. El retrato de Dorian Gray es una novela estupenda sobre el horror del narcisismo; De profundis y la Balada de la cárcel de Reading son obras desgarradoras sobre el dolor y la pérdida; La decadencia de la mentira es un ensayito irresistible sobre filosofía y crítica literaria. Todos me provocan placer y admiración. Pero es él mismo, su figura y su genio, lo que me conmueven y me encienden por dentro. Lo que él era. O lo que yo creo que él era. Esa esencia inimitable que tan bien retrata este cómic. 

Un escritor genial sin ninguna obra genial, así le describían sus amigos. Decían que bastaba estar a su lado un par de horas para darse cuenta de que nada de lo que había escrito podía compararse con su genialidad como conversador. Puso su genio en su vida, y solamente su talento en su obra, como él dijo. Y se pasó los últimos años de su vida, desde su salida de la cárcel, sin escribir nada. Sólo viviendo. Viviendo y contemplando las estrellas desde el fango.

Con la condena por conducta indecente perdió su dinero, su casa, sus libros, sus manuscritos, su ropa, sus derechos de autor, su nombre, su reputación, su posición social, su matrimonio y el contacto con sus hijos. Perdió su dignidad. Un país entero, una sociedad entera le dio la espalda por ser quien era y atreverse a decirlo abiertamente. Este cómic retrata su vida después de la cárcel. Una vida en la que Oscar Wilde se convirtió en Sebastian Melmoth, un dandy caído en desgracia, perezoso, alcohólico, libidinoso, derrochador, desordenado. Un genio que pasó de ser el centro de atención de todas las veladas a convertirse en objeto de todos los chismorreos, casi todos ellos ciertos, puesto que su vida era en todos sus aspectos tan tremendamente escandalosa para la sociedad de entonces que la gente no necesitaba añadirle nada a sus andanzas y comentarios para que resultaran del todo irresistibles.

Wilde era un hombre enamorado de su propio genio. Se deleitaba con sus ocurrencias, con el sonido de su propia voz. Antes del juicio lo hacía con su pose de dandy, después lo hizo con su trágico destino. Y el autor de este cómic, profundo conocedor de la complejidad del personaje, se permite ponerle contra las cuerdas en un maravilloso diálogo imaginario con el espíritu de un joven Rimbaud, que le aconseja que deje de masturbarse con su propia imagen, que deje de exponer su vida en un escenario y convertirla en espectáculo. “Cuanto más la exhibes, más te alejas de ella. La lógica de la vida no es la del teatro. Y no es necesario darle a tu vida un final trágico que haga aplaudir o llorar a los espectadores”. 

Este cómic es una delicia. Un verdadero banquete para todo fiel amante de la obra y del genio de Oscar Wilde. A través de sus amigos y de las personas cercanas que le acompañaron en los últimos años de su vida, ofrece multitud de puntos de vista para colorear la multitud de facetas del carácter del genio irlandés.




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