lunes, 13 de mayo de 2019

TERROR

Un terrorista secuestra un avión con ciento sesenta y cuatro pasajeros a bordo y anuncia que lo va a estrellar contra un estadio en el que hay más de setenta mil personas. Un piloto es enviado con un caza a interceptar el avión y, al no conseguir cambiar su rumbo ni hacer desistir al terrorista de su intención, decide abatir la aeronave. Ha matado a ciento sesenta y cuatro personas para salvar a setenta mil. ¿Qué pensáis? ¿Su decisión es correcta o equivocada?

Muchos responderemos de manera inmediata y esa será nuestra opinión. Sí o no. Así de rápido solemos formar nuestro criterio sobre casi todas las cosas. En la librería lo vemos casi todos los días. La gente tiene muy claro qué está mal y qué está bien sin necesidad de plantearse nada. Y más si hablamos de política, de creencias o de moral. La conversación se reduce a un mundo bicromático, a dos bandos opuestos, a dos ideas. Los matices han desaparecido. 

Esta obra teatral de Ferdinand von Schirach no da ninguna respuesta, no toma partido por ninguna idea. Se limita a plantear un dilema moral, antiguo como el mundo: ¿es lícito acabar con ciento sesenta y cuatro vidas para salvar de una muerte probable a setenta mil? Y sus variantes: ¿dispararías si en el avión viajaran tu mujer y tu hijo? ¿Es lícito matar a personas inocentes en un caso de extrema necesidad? ¿Pueden la moral o la conciencia estar por encima de la ley? Si partimos de la idea de que todas las vidas humanas tienen el mismo valor, ¿cómo podemos decidir acabar con unas pocas para salvar a otras muchas?

La inmensa mayoría de nosotros seríamos incapaces de matar con nuestras propias manos. Sin embargo, ¿no nos resultaría más fácil pulsar un botón para matar a unos pocos, si con ello salváramos a muchos más?

Una cuestión que parece sencilla se complica desde el mismo momento en que empezamos a pensar en ella y profundizamos en su alcance. Es algo que deberíamos hacer todos los días con muchas cuestiones pero que, por pereza, falta de hábito o conformismo, generalmente no hacemos. Esta pieza expone un problema para el que todas las respuestas parecen erróneas. Y me ha gustado precisamente porque me parece vital para la salud mental de todos que podamos convivir alegremente con dilemas morales.

No existe la certeza en cuestiones morales. No puede existir. Por eso son tan necesarias estas cuestiones. Porque obligan al debate. A plantearse qué lugar ocupamos en relación con el mundo y los demás.

Ferdinand von Schirach ya me encandiló con Crímenes, un libro de relatos cortos inspirados en su profesión de abogado criminalista. Con Terror propone al lector subirse al escenario y formar parte de un jurado popular para tratar de resolver este dilema sobre la vida, la dignidad y la muerte. Para ejercitar nuestra conciencia crítica. 


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