jueves, 23 de mayo de 2019

CONTRA LAS ELECCIONES

En todo el mundo existe una inclinación tan favorable hacia la noción de democracia que parece que ya no concebimos otra forma de gobierno. Sin embargo, en este principio del siglo XXI, cada vez confiamos menos en las instituciones que la sustentan. Basta con preguntar al vecino qué opina de la justicia, de la educación o de la política para que broten como la mala hierba expresiones de rechazo. 

"En la actualidad, entre dos tercios y tres cuartas partes de la población europea recela de las instituciones más importantes de su ecosistema político". Mientras tanto, en los últimos años ha aumentado el interés por la política, espoleado por las redes sociales, hasta el punto de convertirse en frustración diaria. Si el recelo, mezclado con un entusiasmo frustrado, se asienta y degenera en aversión, es posible que la salud de nuestras democracias, o incluso su supervivencia, empiecen a estar seriamente amenazadas. 

Para conjurar esta amenaza y tratar de salvar el que quizá sea el menos malo de los sistemas políticos conocidos, David van Reybrouck propone en este ensayo cambiar las elecciones por otros sistemas de participación ciudadana más efectivos. Porque, aunque pensemos que las elecciones son nuestra forma de controlar a los gobiernos y de participar en la vida política de nuestro país, lo cierto es que nuestro voto tiene una influencia muy limitada. Lo elegimos en virtud de unas promesas que a menudo no se cumplen, confiando en unos candidatos que traicionan nuestra confianza una y otra vez. 

"Nuestro fundamentalismo electoral adquiere la forma de una nueva evangelización mundial. Las elecciones son el sacramento de esa nueva fe, un ritual esencial cuya forma tiene más importancia que su contenido". Vivimos en democracias oligarquizadas. Elegimos a representantes que detentan todo el poder. Debido a la distancia abismal entre gobernantes y gobernados, nuestro sistema electoral fomenta el monopolio del poder, la corrupción y el eterno descrédito de la clase política. 

El objetivo inicial de las elecciones siempre fue excluir a la ciudadanía del poder mediante la selección de una élite que decidiera en su lugar. Y lo hemos interiorizado como el único sistema posible de participación. Pero durante la mayor parte de los tres mil años de historia de la democracia, las elecciones no existían y los cargos se repartían mediante una combinación de sorteos y voluntariado. 

Si el sistema actual demuestra claros síntomas de fatiga, ¿por qué no buscar en el pasado otras formas de participación ciudadana que hayan funcionado? 

Mediante comparaciones agudas y pintorescas, con un estilo conciso y brillantemente pedagógico, David van Reybrouck expone modelos de participación que ya se están usando en Canadá, Islandia, Irlanda, Holanda y otros países para demostrar que hay otras formas de gobierno posibles, más participativas, más inclusivas, más pacíficas, que, a la vez que fomentan una mayor igualdad de oportunidades y justicia social, educan a sus participantes en la convivencia y la responsabilidad ciudadana. 

"Dos siglos de sistema representativo electoral han instalado en nuestra mente la creencia de que los asuntos de Estado sólo pueden ser derimidos por una élite de seres excepcionales". ¿Cuántos políticos incapaces, cuántos fracasos estrepitosos en la búsqueda del bien común tenemos que soportar para darnos cuenta de que dejar tanto poder en manos de unos pocos durante tanto tiempo no puede ser la solución?


David van Reybrouck



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