La España vacía es ese erial que se ve tras la ventanilla del coche o del tren al salir de Madrid. Es la meseta interminable y desértica que rodea como un mar todas las ciudades de Castilla la Mancha, Castilla y León, La Rioja, Madrid, Extremadura y Aragón. La España vacía siempre ha estado vacía. Y en este último medio siglo es cuando más la hemos visto, desde que cada hijo de vecino se pudo comprar un coche y la descubrió desde lejos mientras viajaba por las autopistas de un lugar a otro. Hasta entonces había permanecido aún más escondida, desligada de las ciudades como si se tratara de otro país, unida a la gente a través de las raíces de los antepasados, de los pueblos de veraneo que, también ellos, fueron poco a poco desapareciendo. Entre 1950 y 1970 se produjo una emigración masiva del campo a las ciudades, a Europa y a Latinoamérica. La gente huía de la miseria, de los rigores del clima, dejando atrás una identidad que viviría en su memoria y que iría diluyéndose en las generaciones posteriores hasta quizá perderse, por falta de referentes físicos a los que agarrarse.
Este libro tiene múltiples lecturas. Se puede abrir al azar y encontrar siempre un argumento para debatir, una idea que reafirma nuestra opinión o contra la que dan ganas de luchar porque no podemos estar más en desacuerdo. Es un libro que te invita a mirarte hacia adentro y no para de preguntarte cosas: quién eres tú en relación a tu país, qué raíces tienes, qué ves cuando aparcas en un pueblo de la España vacía y recorres sus calles y hablas con su gente, qué distinción haces entre ellos y tú, a qué grupo crees que perteneces, qué identidad crees que compartes con las personas que te rodean.
Sergio del Molino defiende que la España vacía vive en la mente y en la memoria de millones de españoles, que la España vacía somos todos. Sin embargo, para mí la España vacía apenas existe. Es un lugar tan extraño y ajeno como un paisaje lunar. La España vacía que conozco me parece a menudo fea, sucia, vulgar y hostil. Y ni siquiera leyendo a Machado logro reconocerla en ninguna emoción. El autor siente que hay algo en su "generación que llama a los orígenes, que invoca las viejas mitologías y que aspira a recrearlas o a jugar con ellas desde la contemporaneidad". Pero yo desconozco las mitologías familiares, me crié en los suburbios de clase media de la capital y los orígenes rurales de mi familia se han borrado completamente de mi memoria, sepultados por medio siglo de huida de la hostilidad y de la miseria que representaron.
Sergio del Molino defiende que la España vacía vive en la mente y en la memoria de millones de españoles, que la España vacía somos todos. Sin embargo, para mí la España vacía apenas existe. Es un lugar tan extraño y ajeno como un paisaje lunar. La España vacía que conozco me parece a menudo fea, sucia, vulgar y hostil. Y ni siquiera leyendo a Machado logro reconocerla en ninguna emoción. El autor siente que hay algo en su "generación que llama a los orígenes, que invoca las viejas mitologías y que aspira a recrearlas o a jugar con ellas desde la contemporaneidad". Pero yo desconozco las mitologías familiares, me crié en los suburbios de clase media de la capital y los orígenes rurales de mi familia se han borrado completamente de mi memoria, sepultados por medio siglo de huida de la hostilidad y de la miseria que representaron.
Comparto generación con el autor de este libro pero no sus orígenes. Cuando habla de esa España como un útero pienso que hemos nacido de madres distintas. Sin embargo, sus palabras tienen la virtud de interpelarme en relación a algo que siempre me ha dejado indiferente. Yo no tengo ningún vínculo con la España vacía, y por lo tanto, ninguna nostalgia puede llevarme a ella. Para mí, es una toponimia más, un color árido que atravieso cuando salgo de Madrid en coche. Pero he disfrutado con este libro como un enano, por la cantidad de referencias insólitas que contiene, por ciertos capítulos que me han parecido verdaderos festines (en especial el que describe cómo los extranjeros románticos del siglo XIX hicieron añicos sus mitos al conocer esta España) y porque leer a Sergio del Molino, aunque vengamos de Españas distintas, es siempre una forma de sentirse en casa.
Él no lo sabe, pero Sergio y yo llevamos años viviendo una historia de amor. Desde que en 2013 publicó La hora violeta y yo me pasé horas leyéndolo y llorando y llenándome de dolorosa felicidad, Sergio no ha dejado de estar en mi cabeza de una forma u otra. Me hace reír, me hace pensar, me maravilla y me descoloca, y de vez en cuando me encanta descubrir que no comparto sus ideas para cerciorarme de que sigo estando cuerdo. Nos hemos visto un par de veces, aunque probablemente él no se acuerde. Y está bien así, es una asimetría perfecta.
Gracias por tus palabras diarias, Sergio. Por tus libros y tu Facebook, una fuente de tantas cosas. Y por saber seducirme en las afinidades y en los desacuerdos.
Gracias por tus palabras diarias, Sergio. Por tus libros y tu Facebook, una fuente de tantas cosas. Y por saber seducirme en las afinidades y en los desacuerdos.
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