sábado, 9 de noviembre de 2013

LOS AÑOS DE PEREGRINACIÓN DEL CHICO SIN COLOR

Murakami es de estos escritores que cuando conectan contigo te conquistan para siempre. Y podrán escribir libros mejores y peores, incluso libros verdaderamente malos, da igual: los lees, sus debilidades te enternecen, se lo perdonas todo, hagan lo que hagan, nada más salga a la venta un nuevo libro suyo, irás a la librería a comprarlo y volverás a casa con un tesoro asegurado aleteando bajo el brazo.
Cualquiera pensaría que soy fan de Murakami. Pues no, no lo soy. Al menos hasta ahora.
He leído tres libros suyos: Al sur de la frontera, al oeste del sol me pareció una historia de amor incomprensible, 1Q84 me emocionó, me atrapó por completo, me sedujo, y terminé empachado de tantas lunas, bichitos, resurrecciones y demás tontería surrealista, y por último, su último libro, el que acabo de leer, Los años de peregrinación del chico sin color es, con diferencia, el más redondo, sencillo y creíble, y el que más me ha gustado de los tres. De hecho, creo que a partir de ahora estaré abierto a la posibilidad de unirme al planetario club de fans del señor Murakami.


Tsukuru Tazaki forma parte de un grupo de cinco amigos inseparables. Dos chicas y tres chicos, unidos por casualidad en el instituto, que son conscientes de compartir algo único, una armonía extraña y delicada exenta de perturbaciones. Los apellidos de sus amigos tienen la particularidad de encerrar un color en sus ideogramas, y de hecho suelen llamarse, no por el nombre, sino por su color: Rojo, Azul, Blanca, Negra. El suyo es el único de los cinco que no tiene color. También él es el único que da el paso de mudarse a Tokio para estudiar ingeniería. Parece el más fuerte de los cinco, el más resuelto a lanzarse a vivir. Hasta que un día, con apenas veinte años, sus amigos deciden cortar toda relación con él. Abruptamente. Sin explicaciones. Le borran para siempre de sus vidas. Y el chico independiente y futuro constructor de estaciones de tren se viene abajo. Se convierte en algo vacío, un recipiente sin nada que pueda llenarlo, un chico sin metas ni ilusiones ni ganas de vivir. Su cuerpo se transforma, le cambian las facciones, se queda en los huesos y, más adelante, no recordará por qué siguió con vida, cómo pudo su corazón seguir latiendo y bombeando calor en el cuerpo de ese chico sin color.
Todo el libro gira en torno a este trauma de la juventud, la búsqueda de razones que lo expliquen y las consecuencias que puede tener un rechazo tan inflexible para una persona silenciosa e introspectiva. Un alma sin color, un recipiente que nadie quiere llenar, una soledad en forma de silencio sólido e interminable. Y, como contrapunto, la música de Los años de peregrinaje de Liszt, música que tocaba una de sus amigas al piano, y que se cuela en la historia como metáfora del viaje que recorre el protagonista por el vacío de su vida, y también como recuerdo, como añoranza de una tierra y un pasado perdidos.

Es un libro lleno de imágenes poéticas que describen una vida aislada de la sociedad, una vida que se expresa en pequeñas excentricidades como sentarse a contemplar durante horas la llegada y salida de los trenes en una estación, con el trasiego hipnótico de los viajeros, las despedidas, las maletas, las prisas, y por encima de todo, con reconfortante exactitud, la precisión de los horarios y los movimientos inalterables de los vagones que entran y salen, que permiten desplazarse a millones de personas cada día. Excentricidades que en realidad quizá no sean más que la genuina expresión de un anhelo insatisfecho, de una corriente abrasadora de sentimiento que permanece siempre soterrada, de una cultura donde el silencio y la contención predominan en la relación entre las personas, donde el simple abrazo de dos amigos que se encuentran después de mucho tiempo contiene una cantidad de significado abrumadora.
Es un libro que trata sobre la capacidad de la armonía para unir y desunir a las personas, sobre la felicidad truncada y las heridas como lugares de encuentro. Hacia el final del libro, escuchando a Liszt, el protagonista tiene esta pequeña revelación:
"Los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida con herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame sangre, no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida. Esos son los cimientos de la verdadera armonía."


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