miércoles, 13 de noviembre de 2013

LA MALA LUZ

He empezado a leer este libro tres veces seguidas, pero no porque no me estuviera enterando, sino porque no podía creer lo bueno que era. Ya desde la primera página: intensidad, emoción, frases como fogonazos que te dejan los ojos muy abiertos de asombro. "Es como si se hubiera ido adensando progresivamente, de un tiempo a aquella parte la nube de hastío que, como de oficio, ya de por sí envolvía las tardes a partir de cierta hora y nos metía en los huesos esa humedad de vida ya vivida, de tristeza enquistada y repetida, como un extraño rocío vespertino, una especie de sudor al revés que atravesara, de fuera adentro, los poros de todos los muros y de todas las cosas habidas y por haber y las dejara empapadas de vacío y de pasado y de un cansancio antiguo que te obligaba a pasear medio encorvado, a leer sin ganas, a siestas eternas con tal de no ver de qué lamentable manera agonizaba el tiempo bajo esa mala luz que se adueñaba igualmente de la calle que del interior de las casas y los bares."
Y he seguido leyendo y leyendo, página tras página con el mismo tono, y de repente me he dado cuenta de que me ahogaba, a la media hora, página 41, me dieron ganas de decir, "vaaaaaaale, vale, vale, para, para, tranquilo, respira, cálmate, cálmate".
Y he parado.
Y lo he retomado un ratito más tarde.
Y he vuelto a parar.
Creo que soy incapaz de leer este libro mucho rato seguido porque me agobia, por momentos su intensidad es verdaderamente excesiva, es una historia desgarradora llena de digresiones, de apuntes paralelos, de auténtica exuberancia y desesperación y lirismo enloquecido, dan ganas de coger unas tijeras e ir recortando párrafos para convertirlos, así como están, en poemas. Y aunque la historia es un thriller con su muerto, su enigma y su asesino, la trama es una línea delgadita en medio de la espesura lírica, y es una pena porque a menudo se pierde de vista.
Aun así, la primera impresión permanece: este libro deslumbra. Deslumbra su oscuridad, el sofoco por el aire irrespirable que produce el ritmo y la intensidad de cada frase. Y además, encuentro en muchos momentos una afinidad turbadora. Me deja la sensibilidad agotada, como maltrecha después de una excursión convertida en una expedición peligrosa y agotadora. Es un viaje hacia la náusea, hacia el asco por las cosas que, según el narrador, es lo contrario del amor, hacia la densidad del miedo, hacia un infierno interior donde el corazón, "en lugar de envejecer a su ritmo normal, pega acelerones hacia la muerte."

Quizá mi estómago no esté hecho para tales atracones de frases interminables y metáforas y turbulencias, y eche de menos un poco de sosiego y silencio y concisión. Y sin embargo, hay algo instintivo y muy poderoso en este libro que va a seguir rondando por mi cabeza durante mucho tiempo. Como dice el protagonista a propósito de los libros de Celan, "consiguió meterme dentro el veneno de esa delicadeza. Hay obras que nos poseen como un virus, durante un tiempo los tenemos dentro como quien ha contraído una enfermedad y luego se van despacio aunque dejando a su paso un poso de lo que fue su mirada sobre el mundo y las cosas, y unos cuantos versos con todo el sabor de lo aparentemente olvidado."

La mala luz posee la delicadeza del mejor veneno. Y las 227 páginas más saturadas de intensidad y amores atroces que he leído nunca.

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