viernes, 30 de diciembre de 2022

EPISODIOS NACIONALES, TERCERA SERIE

Y terminamos este año de reseñas con los Episodios Nacionales de Galdós, como ya viene siendo costumbre. Empecé a leerlos en 2020, al inicio del confinamiento, y me propuse leer una serie cada año, más o menos un libro al mes. Y aquí estoy, acudiendo a esta cita con don Benito, que para mí tiene ya un aire festivo como el panetone o el roscón, para rendir cuentas de mi lectura de la tercera serie de Episodios Nacionales, que describen la convulsa etapa de la minoría de edad de Isabel II, entre 1833 y 1846, marcada por la primera guerra carlista y la tensión constante y creciente entre liberales y reaccionarios, enfrentados por una idea de país cuyos ecos resuenan todavía hoy, tristemente renovados, en los medios y en el Congreso. 

En Mendizábal, uno de mis episodios favoritos de esta serie, dedicado al famoso desamortizador que expropió multitud de bienes de la Iglesia, me ha encantado la descripción de los abismos del amor enfermizo y de la calentura romántica, tan de moda en esa década. Eran los años del romanticismo, de las pasiones exaltadas, de las vidas vividas como novelas y de los suicidios escandalosos, como el de Larra, que en Madrid se vivió muy intensamente y cuya descripción mueve hasta las lágrimas. Pero Galdós no sabe dejar la ironía mucho tiempo callada, y no se corta en cargar las burlas contra esta generación insensata, cuya "poética calienta las ilusiones de los jóvenes de la misma forma que los libros de caballerías enajenaron las del pobre Don Quijote". Es la tiranía del alma soñadora, egoísmo incivil desmesurado, del amor "abrasador, exclusivo, con tendencias lloronas y funerarias, sabores de amargura y relámpagos de lirismo". El desvarío de rescatar para el presente hechos medio inventados de pasados remotos que a nadie importan. En la disputa entre realistas y románticos, Galdós lo tenía claro y no se cansa de decir que "la realidad tiene más talento que los poetas, y más inspiración". 

Y en "La estafeta romántica", otro episodio fabuloso, montado de forma epistolar, sigue ahondando en la influencia del romanticismo en el arte y la literatura españolas y en la vida cotidiana, y la tendencia de "proyectar en la vida real una sombra de las figuras poéticas, reduciendo a hechos los sentimientos hinchados y artificiosos que son la armadura de tragedias y dramas. Esas cosas se leen, se admiran, pero no se imitan, porque acabaríamos por volvernos locos. Una cosa es declamar y otra es vivir". El romanticismo es la ideología de las "ideas tétricas, de las complicaciones diabólicas". La trampa de ver belleza en la enfermedad y gloria en el dolor. Trastorna a las personas y las vuelve contra los demás y, sobre todo, contra ellas mismas. Nunca un movimiento artístico provocó tanta enfermedad y tanta muerte. Ay, si hubiera tenido a un Galdós al inicio de mi adolescencia, ¡qué de penas y de ridiculeces me habría ahorrado en mi vida!

Y, como en las anteriores series, tampoco la clase política sale aquí muy bien parada. Liberado el país del lastre de Fernando VII, parecía que una nueva época más libre comenzaba, pero las intrigas políticas y las rivalidades feroces siguen impidiendo a los políticos llevar a término sus proyectos. Y la corrupción, omnipresente en todos los estratos de la vida pública, se come el progreso tan eficazmente como los afanes del clero y los reaccionarios: "estos señores no ven en el Estado más que una vaca muy gorda y muy lechera, a cuyas ubres es ley que se agarren todos los ambiciosos, todos los glotones, todos los hambrientos". 

Galdós no dejó nunca de apuntar al futuro, de universalizar hechos circunstanciales de una forma asombrosamente clarividente. Le preocupaba mucho la influencia política, la capacidad de convencer a una mayoría para sacar proyectos adelante. Y se preguntaba: "¿Cómo se forma el sentimiento popular, casi siempre irresistible? ¿Quién enseña a las multitudes a querer ardientemente una cosa sin saber decir por qué la quieren? ¿Cómo es que la sinrazón popular, cuando es persistente y honda, tiene siempre razón?". El gran enigma de la política, el sueño de cualquier político es influir en multitudes, pero cómo se hace. Cómo se convence de algo a la mayoría. No con argumentos. No con ideas, pues las mayorías convencidas de algo casi nunca saben argumentar realmente su convencimiento. Se convence con emociones. Con lo que nos ruge en las entrañas. Con la parte visceral, irracional e intolerante que todos llevamos dentro. Y esa es la gran tragedia de la vida política. Lo que muchas veces produce más convencimiento es aquello que ni se puede defender con la razón ni se puede compartir para construir algo entre todos. 

Aunque en esta serie hay pocos personajes femeninos, en La estafeta romántica, hay una carta maravillosa de Pilar a su amiga Valvanera en la que despotrica de su marido Felipe, "suspicaz y fiscalizador", y se queja amargamente de un matrimonio sin amor ni respeto, regido por el fanatismo de la rutina social de un caballero de pocas luces que no soporta la inteligencia y las indecorosas ansias de libertad de su mujer pero que se moriría si no pudiera sospechar de ella a cada instante y ocupar todo su tiempo en vigilarla. Un alegato modernísimo en favor de la libertad de las mujeres y en contra del matrimonio como institución que las esclaviza. Ni una lectura de Galdós sin su militancia feminista, claro que sí.

Y militancia antibelicista, también. Inevitable, además, pensando que aquella primera guerra civil, la primera guerra carlista, marcó la infancia de Isabel II, y fue precursora de la de 1936, dividiendo a los españoles por motivos parecidos y destruyendo lo mejor de cada generación en seis años de matanzas indiscriminadas. Esa guerra, síntoma explosivo de un enfrentamiento sin solución, es la enfermedad endémica que lastraba la convivencia en España en 1836. Y que explica muchos de los problemas de convivencia que aún hoy arrastramos en pleno siglo XXI.  

Decía Galdós que lo privado ilumina lo público, y lo público, para que tenga interés histórico, se nutre de lo privado y lo refleja. Toda su obra está construida bajo esta premisa. Y cuánto aprendo, y cuánto disfruto, con esta forma de entender la literatura. 





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