En verano o Navidad, Soledad estaba sola. Ni un regalo recibía en su media de lana remendada. Tampoco es que pidiera gran cosa: con unas canicas o un pastel, incluso con un simple piano de cola se conformaba. Pero nada. Así que se preguntó si el problema no sería que su media de lana remendada era demasiado pequeña. Y manos a la obra, "con su arte en la labor (que no era poca), se puso a tricotar como una loca. Mientras su media tejía, destejía horas el tiempo, e iban pasando los días..., y las páginas del cuento".
Tejía y tejía, y tanto tejió, que el calcetín le quedó descomunal. Tan largo, tan largo que salió a buscar la punta porque no la encontraba. Buscó y buscó, por bosques y desiertos, ciudades y noches, sorteó precipicios y buceó hasta el fondo del mar. ¿Qué podría pedir que cupiera bien en aquel calcetín descomunal?
"Pediré un gran hotel, y un monasterio, y toda una ciudad, y algún imperio, y Júpiter y Venus, los dos juntos, se decía Soledad... Mas callaba una pregunta: ¿Y si llega Navidad y no he encontrado la punta?"
Qué cosa más bonita de cuento, por favor. Pedro Mañas es un mago de la rima y de la cadencia. Y las ilustraciones de Eleni Papachristou tienen el sueño y el colorido de un Chagall aventurero. Soledad acaba encontrando la punta de su calcetín, por supuesto. O no, quién sabe. A lo mejor encuentra algo mejor, mucho mejor. Algo que hace que el mundo salte de alegría y que calienta el corazón.
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