jueves, 10 de septiembre de 2020

EL ÁRBOL DE LA LENGUA

Todos nos hemos pasado la mayor parte de la infancia aprendiendo normas. Aprendiendo a obedecer. A la calle salimos calzados, antes de comer nos lavamos las manos, uno se queda en casa de los padres hasta que puede comprarse un piso, y si una palabra no está en el diccionario no existe. Con el tiempo aceptamos que algunas de esas normas nos protegen, otras nos enseñan a respetar a los demás y otras no sirven más que para perpetuar una tradición. La tradición de que vivir de alquiler es tirar el dinero. O la tradición de que los límites de la lengua los definen los académicos.

Este libro de Lola Pons es perfecto para revisar ciertas tradiciones, en este caso lingüísticas, y sacudirnos de encima ese polvo de la obediencia que se nos ha ido quedando desde la infancia en ciertas actitudes y que muchas veces no nos hace bien.

"Tendemos a pensar que la lengua es como el tiempo, que cambia por ciclos que no dominamos y que actúa por caprichos fuera de nuestro control. Y se trata de lo contrario: la lengua no existe sino dentro de nosotros, y es lo que es porque queremos, acordamos y aceptamos que sea así. El límite para la lengua no está en el diccionario sino en nosotros".

En estos artículos, con elegancia e ironía deliciosas, Lola Pons habla de esa quimera llamada pureza lingüística, que algunos usan como arma política para apuntalar su discurso nacionalista y que es tan falsa, y tan peligrosa, como la idea de la pureza racial. Habla de estar vigilantes y no dejarse llevar por los clichés que asociamos en la lengua con la pulcritud -conservadora- y con la creatividad -progresista-. Defiende que el plurilingüismo siempre enriquece, que la lengua que no está constantemente cambiando es una lengua muerta. Que no hay lenguas bellas o feas, sino lenguas ricas y lenguas pobres. Y que cualquier lengua viva y que esté en perpetuo cambio nunca será una lengua pobre.

Lola Pons
Saber explicarse con palabras propias es uno de los síntomas más evidentes de que uno está vivo. Por eso es un fracaso colectivo cuando una persona dice, rendida: bah, no pasa nada, no sé explicarme. Sin las palabras no somos, no existimos. El lenguaje es lo que nos hace humanos, y con cada palabra que perdemos nos morimos un poco. La típica frase "Lo entiendo pero no sé explicarlo" es una excusa un poco mentirosilla. Si no sabes explicar algo, es que no lo has entendido de verdad: el pensamiento que no se puede materializar en palabras no es pensamiento, como mucho es intuición.

"La palabra tiene la capacidad tanto de prender como de apagar el fuego". Es decir, nuestra responsabilidad a la hora de elegir las palabras para comunicarnos es enorme. Y este libro es un festín de erudición y buen humor para que sintamos que nuestra lengua es ante todo una patria que cobija. Y que nunca debería usarse como jaula ni como ariete.



6 comentarios:

  1. Muy buena pinta este también :) Me ha recordado a la mega discusión sobre la tilde en sólo (que ha vuelto recientemente). ¡Gracias!

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  2. Sí, jajaja. Esa discusión será eterna, me temo. Y yo seguiré poniéndole la tilde a sólo aunque sea el último abuelo cebolleta que lo haga. ¡Abrazo!

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  3. Muchas gracias. Es una crítica muy generosa. Me enorgullece, además, que salga del gremio de los libreros, celadores de los libros y de la lengua que hay en ellos.

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  4. Gracias a ti, Lola. Tu libro es una inspiración constante que va más allá de la curiosidad lingüística. Enseña lengua y enseña a vivir.
    Un abrazo.

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