lunes, 17 de febrero de 2020

OBRA COMPLETA. ELIZABETH SIDDALL

Elizabeth Siddall flota boca arriba en una bañera, con las manos abiertas al cielo, como si pidiera perdón. Para el pintor que la mira ya ha dejado de ser la chica pelirroja de piel blanca como el mármol que ha venido a posar para él y se ha convertido en Ophelia. Una mujer heroica y eterna. Una muerta. Mientras imagino a John Everett Millais empezando a pintar suenan en mi cabeza las primeras notas del primer nocturno de Fauré, esa delicadeza, esa melancolía: 

Tus fuertes brazos alrededor, amor, 
mi cabeza sobre tu pecho,
susurras palabras de aliento
pero mi alma no halla consuelo. 

Son las palabras de Elizabeth, la muerta, que no solamente es la modelo más admirada por la Hermandad de los Prerrafaelitas, sino que es también pintora y, cuando la enfermedad no la deja pintar, poeta. Sus versos hablan de hojas caídas, de anhelo, de verde hierba creciendo fuerte sobre tumbas recientes. De enfermedad, también, como la que repta por el agua cada vez más fría en la que flota boca arriba, con los ojos y la boca abiertos, como si rezara. 

Pues no soy más que una cosa asustada
y nunca seré nada
salvo un pájaro de ala rota
que debe alejarse de ti.

El piano de Fauré se queja, llora como Elizabeth ante su niña que nació muerta. Modelo y musa de tantos hombres célebres, los cuadros que la retratan emborronan a la mujer que fue y la convierten en un icono, una imagen fantasmagórica, etérea e irreal que sobrecoge. Este librito que reúne su obra completa es una mano que frota la humedad del espejo empañado a través del que siempre la hemos visto. Detrás de las múltiples representaciones que artistas ilustres hicieron de ella, hay una mujer que pintaba, que escribía, que fue madre de una niña muerta, que murió muy joven y que ahora vemos con más nitidez, menos pálida, quizá, un poco más de cerca. 


Ophelia, por John Everett Millais (detalle)



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