jueves, 20 de febrero de 2020

DOÑA PERFECTA

Desde que de adolescente leí frenéticamente la primera serie de los Episodios Nacionales, no había vuelto a Galdós. Y no sé bien por qué. Quizá porque pensaba, erróneamente, que ya lo conocía, o que sus novelas serían (error tras error) versiones descafeinadas de La Regenta. Lo cierto es que daba a Galdós por hecho, por leído, por conocido, sin tener ni idea de la riqueza inabarcable de sus novelas y la cantidad de placer lector que me tenían reservado. ¿Y por qué empezar por Doña Perfecta? Pues porque el título me hacía sonreír, pensando en todas esas doñas perfectas que me encuentro con frecuencia en la librería, y porque la amiga más galdosiana que tengo me la había recomendado como puerta de entrada (o de retorno) a su dios literario. ¿Qué mejores motivos puede haber?

Ya desde el primer capítulo me sedujo la ironía del narrador. La ironía elegante, mordaz y vivacísima que me llegaba clara y directa como escrita ayer mismo. Y eso es lo extraordinario, porque no hay cosa más proclive a perder vigencia que la ironía. Para que esta nos llegue sin interferencias uno no sólo tiene que entender las referencias que la sustentan sino la posibilidad de mofa que esconde la sugerencia de su contrario. Que la ironía de Galdós, tan abundante, se perciba perfectamente hoy en día da una idea de lo universal que es su prosa.

Y tras la ironía, los personajes. ¡Qué personajes! Ese canónigo tan melifluo, sinuoso y cizañero que no podía llamarse sino Don Inocencio, esa muchacha pálida de belleza normalita llamada Rosarito que enciende corazones más por lo que simboliza que por su porte o su ingenio, y esa Doña Perfecta, esa señora beatona y remilgada, de miradilla siniestra cubierta por una dulzura calculada que me recuerda a tantas personas hoy en día que pienso que si el bueno de Galdós pudiera observar desde mi taburete tras el mostrador a algunas de las señoras que me visitan en la librería, crearía unos personajes como mínimo tan redondos e irresistibles y de nombres tan perfectos como los de este prodigio de novela.

Esta novela, como otras de Galdós, presenta dos mundos en colisión, dos Españas opuestas por siglos de atraso y de conservadurismo. La España que huele a cerrado y a sacristía, que ora y bosteza, como decía aquel poema de Machado, y cuando se despierta embiste, contra la España ilustrada y liberal que, harta de carlistas y nostalgias de héroes visigodos, trata de tirar del país hacia la ciencia y la libertad. 

Benito Pérez Galdós
Es una novela apasionada, con escenas de una emoción y un patetismo casi lorquianos. Y que anticipa tantas cosas. La exaltación patriótica, de religión y culto al martirio por la gloria de dios me recuerda a esos vivas a la muerte de los legionarios de Millán-Astray. Y todavía más cercano me ha parecido el conservadurismo de los que nunca han salido de su pueblo (o su urbanización vip del extrarradio) y se creen todas las mentiras con las que otros atizan su ira. 

Reverencia por la tradición católica, idolatría de los mitos patrios, desprecio por las ideas que cuestionan la pureza de "nuestra cultura milenaria", el ideario nacionalista de buena parte de la derecha española ya aparece en las novelas de Galdós ridiculizado de la manera más exquisita y contundente. Y aunque está claro que don Benito fue un genio adelantado a su tiempo, resulta fascinante ver cómo tantos jóvenes defienden con tanto ímpetu en pleno 2020 ideas que en 1870 ya apestaban tanto a rancio.

Al igual que en La Regenta, que en Anna Karénina, que en Madame Bovary, y a pesar de la disparidad de estilos, hay una mujer enclaustrada en la rigidez moral de su época que despierta al amor y se da cuenta de que ese dios y esas normas y esa educación que ella creía hogares seguros no son más que jaulas que la tiranizan y le amordazan sus ganas de vivir.

Y nada de caricaturas, o de lecciones morales baratas. Aquí late la vida, con todas sus ambigüedades y contradicciones, una vida compleja y fascinante, que está por encima de cualquier pedagogía.

Novela de ingenio, de ritmo fulgurante, Doña Perfecta me ha dejado asombrado, divertido y sin resuello. ¡Más Galdós para la vida, por favor!





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