lunes, 10 de febrero de 2020

CALOMARDE

Qué bueno, Sergio, qué bien me lo he pasado con tu Calomarde y cuántas cosas he aprendido. Por favor, señores escritores, más libros de historia así, divertidos, cautivadores, con retranca e ironía fina cuando toca, de prosa colorista y sabrosa, escritos con gracia y buen humor. Ya la editorial Libros del KO me tenía ganado con la iniciativa de publicar una colección de biografías de personajes históricos "no necesariamente ejemplares", pero este librito ha superado todas mis expectativas. 

Hace una semana no tenía ni idea de quién era Calomarde. Eso da una idea, además de mi ignorancia histórica, de lo furtivo y sibilino del personaje. Jefe de la policía secreta de Fernando VII, fomentó la buena costumbre de encerrar y ahorcar a demócratas, a la vez que reprimía a los absolutistas que osaban desafiar a su rey, lo que le granjeó un odio generalizado en todos los partidos. Pero piano, piano, vayamos por partes. 

La historia comienza en una Zaragoza que tampoco conocía, desaparecida tras la destrucción que trajo consigo la Guerra de Independencia. Una Zaragoza de la que salió Goya hacia Madrid poco antes de que llegara el joven Calomarde, y que a finales del siglo XVIII era una urbe en efervescencia, con tradición universitaria y editorial, "que mezclaba toda la mugre y el apelotonamiento de las villas medievales con la pujanza saneada y reformista de los nobles ilustrados".

Desde esta ciudad hoy desaparecida llega a Madrid el joven Calomarde a finales del siglo XVIII. Arribista y funcionario corrupto, fue también un hijo del siglo de las luces, una mente que, al menos en su juventud, también buscaba racionalizar la agricultura y tratar de optimizar una economía anémica. Le tocó vivir una época convulsa, el final del Antiguo Régimen y el inicio de algo que todavía no se sabía muy bien qué era en una España "que no sabía ni por dónde empezar a organizarse, liada en una red densísima de instituciones medievales dirigidas por nobles seniles, la mitad de las cuales ni siquiera se sabía para qué servían ni qué administraban".

Tras la guerra, fue despreciado por los liberales aragoneses de Cádiz, que veían en él no al reformador que pretendía ser sino a un advenedizo desclasado a la sombra del traidor Godoy, y fue entonces cuando se convirtió en el personaje siniestro por el que sería recordado. Sus máximas fueron patria y religión. Teología en lugar de filosofía. Nada de Voltaire ni de ínfulas democráticas. Creó las primeras escuelas de tauromaquia, y fue cómplice de El ángel exterminador, sociedad secreta que usaba la violencia para acabar con los liberales y afianzar el absolutismo, y que conocemos bien los que hemos seguido la serie El Ministerio del Tiempo.

Sin duda, en el Madrid de 1820 se tuvo que cruzar con Goya, del que es probable que sintiera una envidia peligrosa: "de origen similar, educados en la misma Zaragoza, frecuentadores de los mismos personajes, Goya era una gloria admirada y ya casi mitológica, mientras que él era un delator, una serpiente, una ratilla de covachuela". Por momentos, este Calomarde de "modales reptilianos y susurrantes" me ha recordado al Fouché que descubrí en la biografía de Zweig, otro político capaz de sobrevivir a todos los cambios de régimen sembrando a su paso cadáveres de oponentes. 

Por último, me ha gustado saber que a Calomarde le reprocharon su origen humilde tanto o más que su crueldad. Ya entonces pasaba algo parecido a lo que ocurre hoy con el prejuicio de clase de la política española: el poder siempre es más legítimo si proviene del barrio de Salamanca que si sale de la chusma de Vallecas. 

He terminado este librito feliz y entusiasmado. Gracias, querido Sergio, por saber despertar mi fascinación desde el primer párrafo y por ese desparpajo que me encandila. ¿Para cuándo el siguiente villano de la historia?



2 comentarios:

  1. ¡Qué buena pinta! Y viniendo de Sergio del Molino, casi una garantía de gozo con su lectura.Gracias por la reseña :)

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    1. Es una delicia, se nota que Sergio se lo ha pasado bien escribiéndolo. ¡Y que le gusta Galdós! Gracias a ti por comentar.

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