Alou encuentra un día una estatuilla de madera que se ha salvado milagrosamente de la destrucción yihadista en su país, Mali. Ya se sabe que su devoción fanática persigue todo aquello que no se ajuste a su estrechísima concepción del mundo, ya sean personas o representaciones artísticas. Cuando se entera de la antigüedad de la estatuilla, llamada Maternidad roja, y de su valor incalculable, decide esconderla para ponerla a salvo. Pero, ¿cómo conseguirlo si su propia vida corre el mismo peligro que la Maternidad roja que se ha propuesto salvar de la destrucción?
Este cómic cuenta la historia del viaje de Alou desde Mali hasta Libia, sorteando los peligros del desierto y de los que controlan y se benefician del éxodo de millones de africanos que huyen de sus vidas imposibles. Y una vez en Libia, en patera hasta Lampedusa y dirección norte por toda Italia y Francia hasta el Museo del Louvre, donde se encuentra otra Maternidad roja, hermana de la que Alou lleva escondida en su mochila, custodiada por el mimo de los restauradores. París: el lugar más alejado de la furia destructiva de los yihadistas de su Mali natal, una ciudad en la que tanto su estatuilla como él podrán sentirse a salvo, y mirar hacia el futuro.
Esta historia de Christian Lax mezcla conservación artística e inmigración, dos temas que no es frecuente que vayan de la mano. Plantea el drama de los refugiados con trazos delicados y violentos, usando colores oscuros, y no es difícil sentir la angustia y el frío calando hasta los huesos de Alou y sus compañeros de exilio en la descripción gráfica de la travesía de dos días por el Mediterráneo hasta alcanzar la isla de Lampedusa. También es una crítica al colonialismo europeo, y explica cómo durante más de un siglo se ha justificado el expolio indiscriminado del arte africano con la excusa de la incapacidad de su gente para salvaguardarlo.
Paralelamente al sufrimiento del viaje de Alou, seguimos la pista de un restaurador francés del Louvre, cuya pasión por el arte africano resulta contagiosa. Y me ha llamado la atención ese contraste, tan común en nuestra sociedad occidental, entre el interés por las cosas que vienen de África y el desinterés por sus habitantes. Como si una cultura se pudiera entender sin establecer contacto con los que han nacido en ella y la han hecho posible.
Esta historia me ha abierto dos puertas: una hacia el Louvre y su colección de arte africano, que desconozco a pesar de haber visitado muchas veces el museo. Y otra, hacia el origen de ese arte, hacia el lugar donde quizá debería estar, hacia las personas y el contexto que lo hicieron posible, hacia esa herida que entre todos deberíamos tratar de curar.
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