Empiezo a leer y es como abrir una ventana. Aspirar los olores, dejarse inundar por un mundo desconocido y familiar a la vez. Abrir una ventana y tomar la mano que me tiende la narradora para seguirla hasta su piel, hasta su cuerpo. Su cuerpo de niña que no es consciente de su sexo. Su cuerpo de chica que rechaza instintivamente que las curvas en las que vive deban definirla. Su cuerpo de madre que se desdobla en un bebé que es también parte de ella. Su cuerpo de mujer que se observa y se dibuja una y otra vez para acostumbrarse a ser quien es. Para familiarizarse con sus contradicciones, para aceptarse y tomar posesión de sí misma a través de la escritura.
Este libro de Brigitte Giraud me ha recordado a Diario de un cuerpo, de Pennac. Qué tendrán los franceses con la sensibilidad corporal y esa tendencia a sublimarla en la literatura. Aquel, creo, era más exhaustivo, más extrovertido en sus descripciones. Este es más pudoroso y me ha emocionado más, quizá porque he tenido la sensación, desde la primera página, de estar muy cerca del relato, a esa distancia de susurro sólo apta para confesiones muy íntimas o muy profundas.
Me ha gustado el saludable ejercicio de mirarse hacia dentro y describir lo que uno ve. Pensarlo. Procesarlo. Enumerar las preguntas. Improvisar unas respuestas. Indagar en los misterios. Me ha gustado cómo la narradora afronta lo desconocido armada de metáforas y buen humor. Cómo convierte el propio cuerpo en un relato-espejo en el que otros nos podemos mirar.
Me ha hecho pensar, por ejemplo, en que a veces fatiga tener tanta superficie de piel, tantos centímetros disponibles para el picor, la quemazón, la aspereza, el dolor. A veces no estaría mal poder descansar de tanta sensación. Armarnos de poesía y, quizá, "quitarnos la piel y tenderla en una cuerda". Me ha fascinado la descripción del cuerpo desde el punto de vista de una niña. Y he pensado en cómo la primera vez que uno mira su cuerpo como un objeto sobre el que puede (y debe) tener incidencia puede convertirse en el principio de una tortura interminable. Esa idea insidiosa de que la belleza es fruto de la voluntad, inoculada en generaciones y generaciones de mujeres a lo largo de la historia.
Tener un cuerpo no es una novela al uso. Está construida con pequeños párrafos autónomos que se encadenan con fluidez en el conjunto, pero que son a menudo autosuficientes y brillan con luz propia. Pequeños párrafos como cuadros, imágenes detenidas, dosis de poesía en cucharaditas. Tiene una cadencia poética que arrulla e hipnotiza. Es un monólogo interior reflexivo, clarividente, que demuestra una capacidad de observación abrumadora. Una ventana a una vida entera a través de las sensaciones de un cuerpo siempre alerta.
Después de leer este libro soy consciente, de una forma nueva, de que tengo un cuerpo. La autora ha conseguido que lo obvio, lo cotidiano, incluso lo banal, se convierta por momentos en una revelación revolucionaria.
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