En uno de los relatos de este libro, un personaje es contratado por el ejército para proferir por un altavoz insultos en árabe lo suficientemente soeces y ofensivos como para que los insurgentes iraquíes se cabreen de verdad, salgan de sus escondites y mueran abatidos por los francotiradores estadounidenses. Sin apretar un gatillo, sin sostener un arma, sin acercarse demasiado a ningún peligro, este hombre sin rostro es responsable de decenas, quizá centenares de muertes a través de sus palabras.
¿Qué hace en una persona un trabajo como ese?
¿Qué hace la guerra con las personas que la llevan a cabo?
Esta es la pregunta que sobrevuela este magnífico libro y que Phil Klay, exmarine durante la guerra de Irak, trata de responder desde la multitud de puntos de vista que pueblan estos relatos de ficción.
Con algunos relatos he recordado los primeros capítulos de la primera temporada de Homeland y el regreso del marine protagonista a Estados Unidos tras muchos años en Irak. La manera en que el contraste de formas de vida altera su percepción de la realidad. La mucho que les cuesta acostumbrarse a la ausencia del peligro. Lo difícil que les resulta salir a la calle y no buscar francotiradores en las esquinas del centro comercial, bombas improvisadas en las bolsas de basura que descansan juntos a los contenedores. Lo desnudos y frágiles que se sienten sin el peso reconfortante de un arma en la mano. Lo inútiles sin la posibilidad de salvarles la vida a los compañeros. La impotencia de saber que ya nunca más podrán decidir si otro ser humano debe vivir o morir.
Siempre me ha llamado la atención la avidez con la que consumimos la guerra como entretenimiento en occidente. Esa fábrica de héroes. De acciones legendarias. El subidón que nos produce ver cómo unos hombres llevan al límite la resistencia humana para defender una causa vendida como justa. Sin embargo, basta leer libros como este para darnos cuenta de que la guerra a menudo es sentarte en una oficina a cinco kilómetros de los tiroteos y pasarte siete meses rellenando formularios; trabajar diez horas diarias seis días a la semana asfaltando carreteras; pisar una mina al empezar tu primera patrulla y terminar volviendo a casa, cinco meses y cincuenta operaciones después, con el cuerpo desfigurado por el fuego y la metralla mientras todos te aclaman como a un héroe.
Phil Klay |
La guerra es un infierno. Una locura, una droga. Una profesión, también, que no tiene nada de heroica. Está llena de hombres que, equipados para la batalla, se convierten en guerreros aterradores. Sin embargo, en el dolor siguen siendo niños asustados que sólo desean que todo acabe cuanto antes.
La guerra es un infierno. Bien lo sabía Wilfred Owen, uno de mis poetas favoritos, cuando escribió sus poemas de trinchera, describiendo la muerte del entusiasmo guerrero. Bien lo sabe Phil Klay, como lo demuestra en estos relatos.
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