Un hombre llega a Lisboa desde Nueva York. Huye de un clima apocalíptico, del agobio de una ciudad que de tan dinámica se ha vuelto invivible. Busca en Lisboa la calma que necesita para afrontar su vida, ahora que ha sido despedido de su empresa y no se plantea volver a trabajar. Y junto a la calma, en esa "ciudad de belleza y de pesadumbre, de magnificencia y de ruina", encuentra similitudes insospechadas con Nueva York: la anchura del río con olor a océano, el puente sobre las aguas, las campanadas de las iglesias. Los aviones surcan el cielo sin descanso, las temperaturas no paran de subir y allí está él, en la ciudad más tranquila y resguardada del derrumbe del mundo.
Ha llegado de avanzadilla para organizar la mudanza mientras su mujer termina ciertos asuntos laborales. Se mueve despacio por los nuevos lugares bajo la atenta mirada de Luria que, con su hocico alzado y sus orejas atentas, siempre acoge con fascinación hasta la más humilde de las peripecias humanas. Lleva un diario desordenado en el que apunta sus pensamientos. En él hay ternura. Delicadeza. Una inocencia de hombre dispuesto a dedicarse en cuerpo y alma a amar a su mujer. "Si el mundo va a acabarse, no hay mejor sitio que este para esperar el fin". Y se dispone a esperar una llamada, un taxi parando en su calle. Sus pasos en la escalera.
Esta es una novela sobre la espera. Está construida con piezas pequeñas que van añadiendo colores y una tensión imperceptible a los días en apariencia iguales del protagonista. Tras la normalidad del quehacer diario, algo no está bien. El mundo está desordenado. El mundo está roto. Hay una amenaza en el ambiente, en la vibración continua del aire que provocan los aviones. Y ya sólo se puede vivir "esperando un cambio, una presencia recobrada, un regreso".
Es una carta de amor. Un amor que vive en las palabras que ensaya el narrador y que, poco a poco, va perdiendo el aire, como un animalito asustado que se fuera quedando poco a poco sin espacio para respirar. Un amor, también, por Nueva York y Lisboa, que están lejos de ser meros decorados. Vibran con la intensidad de ciudades imán, sufren, resisten. Son dos de los personajes cruciales en la historia.
Es un sueño. Una ilusión a la que aferrarse con la desesperación de un náufrago. Es una bruma enturbiada de una intimidad electrificada por un conflicto que no se nombra. Es la historia de una voz secreta, profunda y vibrante que busca y busca en su pasado para moldearlo a la medida de su añoranza y de su deseo, a riesgo de perder la noción de la realidad, del tiempo y de aquello que aún le une con la mujer a la que ama.
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