jueves, 25 de abril de 2019

EL VENDEDOR DE TABACO

Esta novela derrocha inocencia y buen humor. Tiene el ímpetu de la juventud, con su ilusión arrebatada, y una energía infatigable que encuentra en el amor su alimento y su camino. El protagonista, un joven austriaco de provincias llamado Franz, llega a Viena a mediados de 1937 empujado por su madre, que desea que vea el mundo que se agita más allá de las montañas y los lagos de su infancia. Empieza a trabajar en un estanco y bajo la guía malhumorada pero íntegra del estanquero empieza a adentrarse en los misterios de la vida urbana. Entre las páginas crujientes de los periódicos descubre las infinitas posibilidades que se abren como flores maduras en la gran ciudad, y en las avenidas del Prater descubre el latigazo del deseo en los labios de sonrisa mellada de una joven y misteriosa bohemia. 

He seguido con verdadero placer las andanzas del joven Franz por las calles de Viena, cruzando la ciudad en los traqueteantes tranvías en busca de las sombras perdidas de su amor. Y me ha maravillado cómo, de la forma más natural y azarosa, el viejo doctor Freud entra en su vida para plantar en su mente enfebrecida pequeñas ideas sobre el deseo y la vida que florecerán cuando menos se lo espere. "En los acantilados de lo femenino se estrellan incluso los mejores, había dicho el profesor. Si ha de ser así, que así sea, pensó Franz".

Viena no sólo es el escenario de esta historia: es un personaje más. Sus calles vibran de alegría y de miedo. Los parques, las avenidas y los edificios configuran la historia de la misma forma que las montañas de los Alpes determinaban la historia y eran también personaje fundamental en la magnífica Toda una vida, la primera novela de Seethaler que pudimos disfrutar en español y que reseñamos aquí

Pero no todo es pasión y alegría en esta historia. La sonrisa, ligera y curiosa, pronto se va tornando amarga, conforme la sombra del nazismo empieza a extenderse sobre Austria y Viena como una mancha de tinta sobre el papel. Amarga y triste. Triste por lo que hace la violencia y el miedo en una sociedad, por cómo intoxica sus vínculos vitales y dinamita la convivencia. Triste por lo que una ideología basada en la mentira y el odio puede hacer con las ganas de vivir de las buenas personas. 

Termino el libro un poco desorientado. Como si hubiera estado dentro de un espejismo. Como si todo, la efervescencia y la novela, se hubiera acabado demasiado pronto. En sus conversaciones en el parque, compartiendo el tabaco y las confidencias, el viejo profesor le dice a Franz: "Llegamos al mundo no para encontrar respuestas, sino para formular preguntas". Y las preguntas de esta novela, con sus escenas memorables y sus personajes inolvidables, se me han quedado flotando en la cabeza como luces parpadeando en la oscuridad.



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